Todos los días son un regalo de Dios, y siendo un eterno aprendiz de escritor y fiel testigo de las expresiones del Señor, me resisto a dejar una hoja en blanco en el libro de la vida. Cuánto camino habré de haber recorrido ya, pero siento que apenas he arrancado del inicio y por más rápidos que son mis pasos, pareciera que estoy trotando en una banda sin fin. Todos los días son un regalo de Dios, y me percato de ello al despertar por las mañanas y sentir que puedo mover todo mi cuerpo, y con ello, me animo a levantarme y a caminar.

Qué feliz me siento al comprobar que tengo íntegras todas mis capacidades especiales, veo, escucho, pienso, y alegremente procedo a vestirme y prepararme para iniciar mis actividades cotidianas.

Todos los días son un regalo de Dios, porque encuentro en mi mesa el pan de cada día y tomo sólo lo necesario para poder darle al cuerpo la energía que necesita para mover el trabajo. Todos los días son un regalo de Dios, y lo compruebo al contemplar la naturaleza al ir desplazándome en el auto, cuando me dirijo a la fuente de empleo y ver a la gente apurada llevando a sus hijos a la escuela, deseándoles que tengan el mejor día.

Todos los días son un regalo de Dios, y cuando llego al trabajo y contemplo la larga fila de aquellos hermanos, que sintiéndose menos afortunados, esperan pacientemente a que ocurra un milagro, para que su salud no se vea amenazada por la falta de fe, porque muchos empezaron su día pensando en todo lo malo que les ocurría, sin percatarse de lo que el Señor les había obsequiado.

Todos los días son un regalo de Dios, porque tengo la dicha de que tú, mi estimado lector, haces un alto en tu vida, para leer lo que estoy redactando.

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