Hay algo en mí, que sólo yo conozco, y que siendo tan mío, resulta ser desconocido para todos, es un espacio del ser que nadie puede tocar, que nadie puede ver y nadie más que yo puede sentir en el plano terrenal; seguramente ese mismo espacio existe en el ser de cada quien, pero muchos no advierten su existencia, por estar inmersos en una realidad existencial que exige estar siempre atentos al acontecer de su vida de relación con sus iguales, si acaso, cuando no encuentran respuesta a su dudas, el ser los obliga a buscar en su interior, donde la exigencia para establecer puentes de comunicación es estar bien consigo mismo para evitar la presencia de barreras externas.

Hay algo que es muy mío y tal vez por ser tan íntimo, resulta ser invisible e impenetrable a las acciones de los demás, es una verdad ancestral que a todos nos ha sido heredada y no puede ser vulnerada por los que se empeñan en develar los misterios de la existencia del hombre sobre la tierra, siguiendo un camino equivocado.

La clave para descubrir la presencia de la divinidad en nuestro ser, está en la oración a la que conocemos como “El Padre Nuestro” dada a conocer por Jesús de Nazaret por primera vez a los Evangelistas Mateo y Lucas; esta oración, es el puente de comunicación con Dios Padre, nos indica la omnipotencia del Todopoderoso en un universo infinito, abierto a la comunicación con toda su creación, invitando al hombre a nutrirse con su Palabra, que es la luz que ilumina el camino para hacernos merecedores del Reino de amor en la Vida Eterna.

Es éste un enfoque muy personal, donde en la oración se conjugan las palabras Padre, Pan, Palabra y Perdón.

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