Los fenómenos de comunicación que representan las redes sociales han dejado buenas y malas noticias: hay cosas de las que debemos vanagloriarnos por vivir en estos tiempos tecnológicos, y otras en las que debemos lamentar no haber sabido poner límites a los hijos o a nosotros mismos, convirtiendo a éstas, las redes sociales, en uno de los grandes enemigos del ser humano, a grado tal que estudiosos de la comunicación a nivel licenciatura viven enajenados con éstas, propiciando una falta de comunicación por cosa irónica. Si: los muchachos de la UAT que estudian comunicación, en un porcentaje importante, tienen un vicio por redes sociales al igual que prácticamente todos los jóvenes del mundo, y publican cuanta cosa se les ocurre.

Lo triste es que el contenido es poco gratificante: palabras no altisonantes sino soeces, vulgares, corrientes; pensamientos pornográficos y bastante alejados de lo que se consideraría antaño buena moral y que hoy se entiende como falta de educación, o fotos que realmente escandalizan o resaltan aspectos superfluos, vanos, pero no propician una comunicación adecuada. Y ésto lo reafirma el estudio de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, donde luego de hacer un estudio en coordinación con la Real Sociedad de la Salud de Gran Bretaña, de más de mil 500 personas de entre 14 y 24 años, han concluido que las redes sociales llevan a la depresión y baja autoestima, siendo Instagram la más nociva.

Explicamos: Sucede que los usuarios suben imágenes (fotos) de ellos mismos, y se vanaglorian por hacerlo en lugares paradisíacos, con automóviles o en sitios de primer nivel, “presumiendo” un nivel de vida que no tienen, y cuando se voltean a ver la realidad, entran en estados de baja autoestima y depresión muy significativa, ya que las publicaciones que hacen no reflejan la realidad que viven.

Algo así como Alicia en el País de las Maravillas, o un cuento de ciencia ficción, donde todos somos galanes y guapos, bellas e inteligentes, bravas y ca…, sexys (ambos casos) y no tenemos nada que pedir al mundo, o como dijera la colega Mary Jaramillo: “nos sentimos bordados a mano”, y cuando nos damos cuenta, resulta que, como dice una experimentada investigadora de la UNAM: “somos de pelito gris”, para expresar de una manera suave y un poco tierna que no somos esos personajes de sangre azul que pretendemos manifestar en Instagram.

Los trucos en las fotos con Photoshop y Ligthroom, entre otros recursos, están a la orden del día, y pretendemos aparentar lo que no somos, y sucede que, cuando nos decidimos a conocer a alguien en persona, no le reconocemos por las diferencias abismales entre lo que somos y lo que quisimos o presumimos ser.

Es la gran diferencia, y eso lo propician las redes sociales que tanto afectan a la comunicación y la sinceridad entre quienes tratan de hacer amigos. Hay que mencionar que la mejor librada fue You Tube, porque ahí llegan a ver videos tutoriales o musicales únicamente, o por lo general, y otra que salió mal calificada es la red social Snapchat, de la que, concluyeron, los usuarios viven con sentimientos de insuficiencia, baja autoestima y ansiedad manifiesta, que pueden llegar inclusive al suicidio.

Y somos tan ciegos que no pretendemos darnos cuenta: la comunicación está agonizando: hoy, somos un aparato móvil de telefonía que se emplea para todo menos como teléfono, y que es el enlace con el supuesto mundo en que vivimos y donde contamos por miles los amigos que nunca nos visitan, no se interesan en lo que tenemos o padecemos, y son más falsos que un partido político en campaña.

Haga la prueba con un comentario, y se dará cuenta que la gente pone “like” o estados satisfactorios sin leer lo que hay: muchas veces preguntan “¿qué paso?” a un sentimiento triste, cuando cuatro comentarios antes está explicado, es decir, no nos ocupamos por conocer a nuestros “amigos” virtuales.

Es hora de poner un freno a este abuso de redes sociales, y tratar de usarlas para lo que son. O eso pensamos que se debe hacer, sinceramente. Comentarios: columna.entre.nos@gmail.com