Resulta que mi hermano mayor cumplió un año más de vida, después de que dejó de cumplir por su gusto, cuando él dijo: aquí me planto; quedándose por ello detenido en una etapa de su vida que le permitiera vivir a su manera, o sea, como a él le gusta. Desde luego que vivir así no lo exenta de sumarse al grupo de los susceptibles emocionales, sí, aquellas personas que en apariencia parece que no les afecta nada, pero son unas esponjas para absorber lo inevitable, para traducir lo posible en imposible, para ver todo gris cuando más iluminado está, pero lo más importante, es el hecho, de que es feliz a su manera, y eso está muy a parte del respeto y el cariño que se le tiene.

Pues bien, quiso la Divina Providencia que coincidiéramos ese glorioso día en casa de nuestra madre; yo iba de visita, y él se encontraba con su esposa cubriendo un turno de acompañamiento a nuestra progenitora; pero para mi sorpresa, la mesa del comedor se encontraba llena de comensales, que compartían el pan y la sal por el motivo antes señalado, mas, no se trataba de la familia directa, sino de las personas que se encargan de la atención de la dueña y señora de la casa, y que por el tiempo que llevan en servicio, el buen trato y la confianza, se familiarizaron sin problema.

Al término de la sabrosa comida, alguien le obsequió a mi hermano un pastel que estaba conformado por una serie de bollitos cubiertos de un jarabe, que a manera de barniz le daba un especial brillo y lo hacía más antojable, y como detalle último una fina línea de color blanco entrelazando lo bollitos. Todos preguntamos quién había sido el artesano que elaboró tal maravilla, pero ni el festejado dio razón de su benefactor.

Después de entonar las mañanitas, le pidieron al festejado prender una fina vela artesanal cubierta de una delgada capa de hojaldre que dejaba transparentar un tono verde claro de la cera, dando la impresión, al ver en su totalidad el pastel, que se trataba de un bello jardín; curiosamente, al tratar de prender la vela, ésta no encendía como es debido, sólo emitía un humo blanco que se esparció por el comedor y de pronto, todos empezaron a reír de una manera descontrolada, lo que llamó mi atención, y de encontrarme en otra área, fui al comedor para que me contaran el chiste, cuando por fin alguien pudo mantener la seriedad me dijeron que el festejado no necesitó apagar la vela, pues esta nunca prendió, sólo ahumó y prendió de risa a los asistentes. Les prometí investigar al proveedor del producto, para reclamarle la mala calidad del mismo, y todos me pidieron la dirección si lo localizaba, imaginé que para reclamar en conjunto o manifestarse a su favor.

“De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un clavo sentados sobre una calabaza” (Joan Manuel Serrat).

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