El viento suave y el fresco de la tarde, el cielo gris inexpresivo y el vaivén pausado y silencioso de la forzada danza de las pálidas hojas desvitalizadas, que aferradas a sus ramas, temblorosas, soportaban, el considerado por ellas, un castigo inesperado, sospechando que la causa fue el haber atestiguado el retraso de la llegada del otoño, que durmiera el sueño prolongado de un verano en extremo caluroso, que secara la tierra por la ausencia de la lluvia y con ello, deprimiera las raíces, otrora vigorosas, que nutrieran al árbol de la vida.
Y los ojos que veían el ayer del tiempo generoso, igualmente, se opacaron ante la inminencia de un cambio en el entorno, que sin obedecer a la madre naturaleza, no respetó los tiempos señalados por el Todopoderoso, para la llegada puntual de las diferentes estaciones, que, ante el retraso, igual callaron y permanecieron sin responder con justicia a un reclamo, mientras que el hombre, abatido por la desesperanza, habiendo perdido la confianza, presenció la matanza de las ilusiones.
El hombre se miró al espejo y quedó perplejo al ver no su figura de la otrora gallardía, sino a una rígida estatua de yeso inexpresiva, que no definía la edad, que igual no tenía conciencia de que estuviera viva, por no hacer de la experiencia una lección.
Vivir sin ilusión, es la expresión mas fría del ser, que no toma en cuenta ni su valía ni su tiempo, pues está tan ausente de la realidad existente, que en el espacio de la nada se extravía, deambulando con los ojos cerrados, simulando vivir una fantasía, pensando que todo se puede dejar para después, y el después no le dejará un espacio, para poder disfrutar lo que tanto quería, pues estará viviendo su ocaso.
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