Será la edad que empieza a madurar nuestro sentido del paso del tiempo, será el amor que empieza a derrumbar las imaginarias barreras que construimos entre padres e hijos, o será mi propia percepción de que por los años ya vividos, me he vuelto más sensible a los detalles que ya no estimo como pequeños o grandes, solamente como valiosas oportunidades para expresarnos de corazón lo mucho que nos amamos. Lo que también tuvo algo qué ver es el infame y desgastante confinamiento necesario al que estamos sometidos, para evitar formar parte de la estadística de contagios o defunciones por el COVID-19; pero la expresión de amor de parte de mis hijos, con motivo del Día del Padre en esta ocasión, me sorprendió sobremanera y me llenó de gozo.
En otros años, las reuniones por el motivo señalado, eran, sin demeritar el esfuerzo, una forma de cumplir moralmente con un compromiso, el de reconocer el rol de la figura paterna, en la concepción, crianza, educación y desarrollo físico, mental, económico, social y espiritual de los hijos; el afecto era evidente, pero tal vez, por considerarse sólo como una fecha tradicional, no evidenciaba los sentimientos, de manera original y pura, faltaba lo que en esta ocasión ocurrió extraordinariamente, y eso fue la expresión de un sentimiento de orfandad temporal, que sin ser conscientes del hecho, en forma completa, permitió que el corazón de cada miembro de la familia pudiese expresarse abiertamente.
El mejor regalo que he recibido de mis hijos, incluyendo en estos a mi nuera y a mi yerno, y a mis amados nietos, fueron sus palabras sinceras sobre lo que nos ha mantenido unidos como familia, dejando como testimonio un maravillosos video, que yo conservaré hasta el fin de mis días en la tierra y espero que ellos hagan lo mismo. Que por qué hablo de la sinceridad de las palabras, porque pude ver el alma de cada uno asomarse por sus ojos.
Dios los siga bendiciendo y alcancen la maduración espiritual que tanta falta nos hace, para lograr todo lo que nos proponemos en esta vida y en la otra.
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