Un día muy soleado, ayer, en mi juventud, me encontré dando un paseo por un hermoso paraje de la amada tierra de mis abuelos maternos; disfrutaba, por supuesto, cada uno de los pasos que daba, admirando las bondades de la madre naturaleza, y sintiéndome por ello muy afortunado.
Después de 4 o 5 kilómetros de recorrido y de haber sudado abundantemente debido al agobiante calor, me asedió la sed, y como aún faltaba mucho por llegar a mi destino, recordé con sobrada alegría, que más adelante, por aquel camino de Dios, se encontraba un pequeño manantial de agua tan fresca y pura como ninguna, donde el ingenio de algún trabajador del campo, había quedado más que demostrado, al colocar un barril de madera sobre el matinal, para simular que el agua salía del mismo recipiente de manera natural.
Por fin lo pude divisar, pero, no me apresuré en llegar, fingí que no tenía sed, pues en verdad, quería disfrutar el momento, así es que, cuando llegué, me arrodillé sobre una piedra laja color ocre, acerqué mis resecos labios y sutilmente los pose sobre la tersa superficie de la caída del agua, por uno de los costados del barril, sin ningún resentimiento, pero sí, cuidándome de no mojar mi ropa; cuando sentí que a mis labios regresó la tangencia, empecé a sorber el líquido de vida, hasta quedar saciada mi sed; después me lavé la cara, y mojé un paliacate de color rojo que traía amarrado al cuello, y me retiré para recostarme en la hierba en el lugar donde se reflejaba la sombra de un joven árbol de tupido follaje verde; con las manos detrás de la cabeza y cercanos a la nuca, y la mirada fija sobre las ramas que movía el viento, me dije: qué bien se está aquí, ojalá me hubieran acompañado mis amigos, seguro que nos hubiéramos quedado un buen rato, para después de despedirnos y nos haríamos la promesa de volver a vernos al siguiente día.
Siempre me pregunté, por qué en aquel maravilloso día me encontraba solo, me pregunté también, en dónde se encontraban mis amigos y me quedó la duda si habría hecho algo que los hubiera molestado, o solamente, así como el agua pura que se deslizaba por el costado de aquel barril desvencijado, y presurosa corría por el arroyo, igual, mis amigos se habían marchado para siempre.

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