El liberalismo es una corriente de pensamiento político que nace en respuesta a estructuras opresivas como el absolutismo y el feudalismo, con la idea de poner limites al poder, garantizando la libertad individual y la igualdad ante la ley como derechos fundamentales. Por ello, el liberalismo tiene su origen en la palabra libertad, porque surge como respuesta al deseo de las personas por reconocer sus derechos cuando un sistema se convierte en opresor, sobrepasando los límites de la autoridad.
Una de las primeras conquistas del liberalismo fue la Constitución de Estados Unidos de 1787 y los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, esta última durante la revolución francesa. Los principios fundamentales del liberalismo configuran un modelo de Estado que busca equilibrar la libertad individual, igualdad ante la ley, derechos naturales, libre comercio, separación de poderes, limitación del poder estatal, soberanía popular y tolerancia. Estos preceptos fueron desarrollados y perfeccionados por destacados pensadores de la época. Sus ideas sentaron las bases para la construcción de los sistemas democráticos contemporáneos.
Por lo anterior, para que un sistema político liberal funcione de manera efectiva, es esencial la existencia de una democracia que garantice la participación ciudadana y la representación política, con pleno respeto a los principios constitucionales. Entonces podemos afirmar que el liberalismo y la democracia no son sinónimos, aunque comparten algunas virtudes como la libertad y la igualdad. El liberalismo se enfoca en la libertad, la protección de los derechos individuales y la limitación del poder estatal, mientras que la democracia resalta la participación y representación ciudadana, eligiendo a quienes nos representan en las decisiones de los asuntos públicos. Esta combinación dio lugar a la “democracia liberal”. En suma, liberalismo y democracia se complementan y están ligados para el funcionamiento optimo de un Estado.
Alexis de Tocqueville quien dedicó años de estudio y reflexión sobre la democracia, especialmente la estadounidense, analizó su funcionamiento y la proyectaba como una evolución futura en las naciones. Tocqueville antes que democrático fue liberal, estaba totalmente convencido que la libertad es la base sobre la cual se construye una sociedad civil fortalecida.
En su obra “La Democracia en América” Tocqueville examinó en aquel país, cómo las instituciones democráticas influían en la sociedad y viceversa, en un mundo diferente al europeo, se había tomado la visión completa de la democracia misma. En el lenguaje de Tocqueville “democracia” significa, que todos participan en la cosa pública; es decir, donde en un sistema político la soberanía reside en el pueblo que la ejerce directamente o a través de los representantes elegidos. Esto es lo contrario a aristocracia, en el cual, el poder político es ejercido por una clase privilegiada.
Sin embargo, en su análisis de la democracia, Alexis Tocqueville introdujo el concepto de “tiranía de la mayoría”, en el cual exponía la posibilidad de que la voluntad de la mayoría se imponga de manera opresiva sobre las minorías, las individualidades y los derechos de estos. Este argumento, -decía-, se sustenta en la falsa idea de que “hay más cultura y sabiduría en muchos hombres reunidos que en uno solo”. No obstante, cuando la mayoría utiliza su poder para imponer su voluntad sin considerar los derechos y libertades de las minorías, siendo la mas pequeña de estas la del ciudadano, se corre el riesgo de caer en una forma de despotismo. En tal caso ya no estaríamos hablando ni de liberalismo, tampoco de democracia, sino de una subyugación ejercida por una mayoría dominante.
En efecto, el fenómeno de la “tiranía de las masas” ha sido analizado por diversos pensadores. Por mencionar algunos: John Stuart Mill, contemporáneo de Tocqueville, en su obra “Sobre la Libertad” advierte sobre el peligro de que la mayoría imponga su voluntad, limitando la libertad individual y oprimiendo a las minorías. James Madison, en su libro “El Federalista No. 10”, discute cómo las facciones mayoritarias pueden amenazar los derechos de las minorías y la estabilidad de un sistema político. La filósofa Ayn Rand, argumenta que los derechos fundamentales no deben ser sujetos a votación pública, ninguna asamblea puede decidir suprimir su existencia o respeto, ya que su función es, precisamente, proteger a todos incluyendo a las minorías.
El ideal liberal promueve una sociedad compuesta por ciudadanos libres y autónomos, donde cada persona tiene la capacidad de aspirar y perseguir sus propios fines y desarrollar su potencial. Y, quienes gobiernan tienen la responsabilidad social de equilibrar y respetar los derechos y libertades de todos sus habitantes. Este principio es fundamental en un “Estado de Derecho”, donde las autoridades deben garantizar el respeto de los derechos fundamentales que son el principio y sostén de la Constitución y la sociedad.
Aquí la pregunta obligada: En una democracia ¿deben las decisiones ser tomadas únicamente por las mayorías? Es claro que la voluntad de la mayoría es vital para la toma de decisiones colectivas, ya que la democracia es elemental para el funcionamiento saludable de un país. Sin embargo, fundamentalmente la mayoría si bien representa a un sector de la sociedad, gobierna para todos, sin relegar la opinión de las minorías, pues no se trata de una democracia excluyente o una oclocracia. En consecuencia, se trata de escuchar la opinión de todos los actores políticos, de todos los partidos, incluso de los interesados a quienes una ley o decisión les va a afectar, sería una forma correcta y democrática de legislar y gobernar.
De no garantizarse este equilibrio, podríamos enfrentarnos a sociedades cada vez menos libres, transformándose en regímenes autoritarios, donde el poder se concentra en un grupo reducido o en una persona, contraviniendo los principios constitucionales fundamentales que son el núcleo de nuestra carta magna. Se volvería un sistema donde se realizan decisiones solamente en apariencia democrática. Se dejarían de garantizar las libertades individuales y la participación efectiva de toda la ciudadanía en la toma de decisiones políticas. No debemos olvidar que el objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre, o por lo menos, así lo dice la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de 1789.
Parafraseando a Tocqueville, quien consideró por una parte detestable la máxima de que en materia de gobierno la mayoría de un pueblo tenga derecho a hacer todo; y, sin embargo, la voluntad de la mayoría es el origen de todos los poderes. Expresando que existe una ley general hecha y adoptada no solo por la mayoría de un pueblo, sino por la mayoría de la humanidad, por tanto, el respeto a los derechos fundamentales: libertad, igualdad, justicia y equidad, son los límites constitucionales impuestos al propio pueblo.
A modo de reflexión final, el liberalismo y la democracia son conceptos que, aunque distintos son necesarios en la gobernanza y el sano funcionamiento de un Estado. El liberalismo resalta la protección de los derechos fundamentales y la limitación de la autoridad, mientras que la democracia promueve la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas de todo un pueblo. En una democracia liberal, la mayoría gobierna respetando los derechos y libertades de las minorías, buscando siempre el bienestar de los ciudadanos y la estabilidad del sistema político. Este equilibrio entre la voluntad de la mayoría y el respeto de las minorías es esencial para evitar lo que, preocupaba a Tocqueville, la “tiranía de la mayoría” y garantizar una sociedad más humanista y equitativa.