Hablabale un hombre joven con enojo a un pedazo de madera, que por descuido propio, le había caído en el pie, causándole una herida: ¡Pedazo de tronco insensible y sordo! le dijo en tono por demás despótico: ¿Por qué no te quedaste en tu lugar, cuando movía a tu par, que reclinado se encontraba en la pared? Tenías que desplazarte al mover tu igual, como si en verdad tuvieras vida y no te quisieras separar de él.

Entre reniego y reniego, el hombre no dejaba de sobarse el pie adolorido, que para entonces se veía inflamado y enrojecido; pero ya cansado de gemir, se dejó caer sobre la tierra, a los pies de un árbol que sombreaba aquel lugar, y recargando su sudada y ancha espalda sobre su grueso tallo del encino, esperó a que su mente se calmara, ayudándose con un poco de vino, que llevaba para tomar por el camino; empezó pues a bostezar, anunciando la llegada del sueño, y al quedar totalmente dormido, empezó a soñar que era dueño del destino de todo ser vivo que cruzara en su camino, y que con tal poder en su haber, podía, a complacencia, ordenar lo que a su mermada y corta inteligencia, se le podía ocurrir, para lograr a placer su caprichosa y soberana voluntad, así fuera la exigencia más ruin y mezquina; mas, de pronto, sintió que aquel tallo monumental y grandioso, se movía y abrazaba a su cuerpo sin esfuerzo, con un par de brazos del mismo origen maderal, hasta quedar tan sujeto, que casi no podía ni respirar, causándole por consecuencia,  un ataque de ansiedad, gritando desesperado que lo dejara en paz: ¡Suéltame árbol tonto!, mantén tu callado silencio, y quédate como siempre en tranquilo y solemne reposo, pues es bien sabido, que tú podrás tener  fuertes raíces para poderte afianzar a la tierra, pero nunca podrás tener voluntad, para ir a donde tú quieras; mucho menos podrás contar, que un día yo abrí en la tierra un pozo, para poderte sembrar y con ello, prolongarte la vida. El árbol al escuchar, dejó de apretar el cuerpo del que consideraba su rival, esto, debido a su cruel ofensa, que le quería arrebatar su valor y su dignidad. El hombre, al sentirse libre, orgulloso y autoritario como era, pensó que otra vez había ganado, mostrándose arrogante ante el noble árbol, quien con voz firme y pausada le dijo: El hombre es un animal parlante, que presume de suprema inteligencia,  si así fuese,  por qué  no puede controlar sus instintos primitivos y abusa de su gran fuerza, cegando sin compasión la vida de los demás; a mí, me han sembrado para  poder evolucionar y ser del agrado de quien creó la vida en la tierra, a un movimiento divino de sus gloriosas y sabias manos, con una sola palabra nos mandó a mí y a mis hermanos a formar el paraíso que habría de heredar a los hombres en la tierra,  y si después le ordenó al hombre, aprendiera con sus manos a sembrar, para que entendiera lo que es la vida e hiciera suyo este don divino y celestial, mas, el hombre, no cumplió con su promesa y valiéndose de su instinto animal arrancó con tal fiereza aquel paraíso terrenal.

El hombre despertó de aquella pesadilla, no sin antes notar que algo en su ser había cambiado, con dificultad se pudo parar, era tal su debilidad, que al mirar sus manos, comprendió que había tenido un triste despertar, pues ahora era un viejo, mas al tratar dar el paso y sentir caer,  su mano tocó un firme brazo de aquel árbol, que convertido en bastón, se aferró a su mano para que se pudiera desplazar.

Moraleja: No importa la edad que tengas, en todas ellas se presume inteligencia, haz de ella un sentimiento noble, que te llene de orgullo, y  condúcete con bondad y humildad, antes de que llegue el tiempo en que tus hermanos de vayan a sembrar, para abonar el suelo de un nuevo árbol que Dios sembrará en esta bendita tierra.

Correo electrónico:

enfoque_sbc@hotmail.com