No sé si eran grandes o pequeños, porque todos parecían ser lo mismo en esa inmensa playa que los congregaba, lo que sí sé, es que el mar bañaba por igual a todos los granos de arena y con ello, lavaba cualquier imperfección que pudiera hacerlos parecer diferentes ante la mirada del Creador. Todos recibían por igual el calor del sol y con él, parecía allegarse el color dorado, que los hacía lucir brillantes. El viento era el encargado de secarlos, y en ocasiones, también ayudaba a que siguieran conservando la apariencia de un círculo perfecto, aunque antes hubiesen tenido la forma de polígonos.
Todo estaba en aparente calma, en el ambiente, sólo se escuchaba el armónico sonido del ir y venir de las olas, que además, tenían como función, arrullar a los granos de la playa para mantenerlos dormidos, y todos parecían estarlo, menos uno; era un grano de arena consciente y eso lo hacía diferente a los demás, siempre estaba en estado de alerta, no dormía, sentía todo cuanto pasaba en su entorno, sabía que tenía un gran potencial y que a pesar de parecer perdido entre tantos otros granos aparentemente iguales, tendría un motivo que definiría su destino más adelante, cuando el Creador así lo tenía dispuesto; mientras ese tiempo llegaba, era bañado y lavado por el agua del mar, recibía el calor y el color dorado obsequiado por los rayos del sol, era secado por el viento, y arrullado por las olas; pero, manteniendo el estado de alerta esperando el llamado del Creador.
Cuando llegó el día esperado, de aquella inmensa playa, sin dificultad alguna, el Creador tomó el grano de arena iluminado con conciencia, le dio aliento, lo envió a poblar la tierra.

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