En la sede del Partido Revolucionario Institucional en Tamaulipas, un hombre camina casi solo. Lo hace sin descanso, pero solo.

Es paradójico. A diario está rodeado de gente, mucha gente. Miembros de la directiva estatal y de comités municipales, militantes fieles que aún tratan de preservar las estructuras, simpatizantes, amigos y aspirantes a lo que en estos momentos es algo parecido a un milagro en ese organismo: Ganar una alcaldía, una diputación local o una curul federal.

Y sin embargo, insisto, está solo.

La explicación a la aparente incongruencia radica no en la forma, sino en el fondo, que en este caso no es lo mismo como sostenía uno de los ideólogos tricolores; Jesús Reyes Heroles. Le expongo mi percepción:

Edgar Melhem Salinas, el dirigente estatal del otrora invencible, en la forma es arropado por una abigarrada nube de priistas optimistas. Bien por eso, pero en el fondo, los próceres y damas de alcurnia que tienen la obligación moral o económica de apoyar esa causa, por la relevancia y prosperidad que alcanzaron bajo esas siglas, están ausentes.

¿Quién está ayudando o ayudará a Edgar en las vicisitudes que ya se sufren y las que se avecinan en este proceso electoral?

Le invito a repasar parte de la nomenclatura de quienes ya se apoltronaron en una zona de confort y no tienen interés en librar nuevas batallas, ante las escasas posibilidades de lograr mayorías en las urnas.

El cuadro más cercano, el que acompañó a Baltazar Hinojosa en la malhadada campaña por la gubernatura, está extraviado o en su mayoría finge demencia. Entre ellos, cuente a Antonio Martínez Moreno, a Luis Enrique “Pipo” Rodríguez, a Jesús Collado y a Bladimir Martínez entre los más cercanos, rebasados en ese entonces por una sarta de oportunistas que fueron los primeros en saltar del barco cuando era evidente que se hundía.

De ellos, nadie ha acudido, por lo menos públicamente, a ofrecer a Melhem su respaldo o por lo menos su experiencia. Obvio, de dinero ni hablar.
De los sobrevivientes del gobierno de Egidio Torre prácticamente no hay tema. Casi todos ligados a los intereses financieros en lugar de fidelidad partidista, hoy tratan de respirar suave para no atraer miradas. Salvo uno o dos casos -saludos Guillermo Martínez- cuyo valor siempre ha dependido de su trabajo y no de coyunturas, son un lastre en lugar de un impulso para navegar.

La vieja escuela priísta está en peores condiciones. No económicas, sino de lealtad. Apellidos de abolengo político se apilan: Homero Díaz, Oscar Luebbert, Ramiro Ramos, Ramón Garza, Homar Zamorano, Amira Gómez, por citar sólo algunos, han echado anclas y no quieren volver a zarpar. Lo grave para el partido no son la ausencia de sus nombres -en varios casos más dañinos que benéficos- sino su negativa, a excepción de Luebbert que intentó infructuosamente devolverle la dignidad al PRI, a devolver a su establo partidista una mínima parte de lo ganado, para que éste pueda cumplir un mediano papel electoral.

Lamentable para el priísmo, pero real.

Y algo debe quedar claro: No es culpa de Edgar. Sin ánimo de endulzar oídos, el trabajo realizado en los meses cercanos gracias a su poder de convocatoria, lo hace el mejor dirigente que el PRI tamaulipeco pudiera tener en el presente.

Pero en el peor tiempo…
RECETAS SECRETAS

Del tema de Oscar Almaraz y su hasta ahora extraoficial candidatura a una diputación federal por Acción Nacional, sólo tengo un comentario.
Priísta o panista, Oscar es uno de los mejores estrategas electorales que he visto trabajar en el Estado. De formalizarse su adhesión azul, los panistas no se llevarán sólo un nombre con arrastre, sino una serie de recetas de sexto año para ganar en las urnas.
Que se preocupen sus adversarios, porque eso, júrenlo, lo compartirá…

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