_¡Y mira que el fríecito cala!

_Pero hombre, si apenas ha empezado la temporada y ya te estás entumiendo.

_No Señor, entumirme, para nada, pero, a esta edad, cualquier pequeño viento helado cala hasta los huesos. Y qué decir de la lluvia que no para, y de la tierra que no la quiere recibir, cuando apenas ayer era ésta lo que más necesitaba. Ese chorro de agua que alcanzo a ver tras la ventana, que roza el elegante follaje de la araucaria, me recuerda la cascada que preside al nacimiento de la vida humana; pero aún hay más por ver entre la enramada de la palma y del laurel.

_¿Qué ves? ¿Qué ves, amigo mío, entre todo y la nada?

_Veo un cielo gris, veo nostalgia, y veo, cómo ambos arrastran las palabras por el camino de la melancolía, pero también me veo caminando, y me veo sintiendo todo lo creado.

_Y eso es bueno, me imagino

_Sí, querido amigo, eso, es bueno, porque aviva mis sentidos y con ello, aviva mis recuerdos primitivos.

_¿Y en ellos estoy contigo?

_Como lo estás todos los días de mi vida, porque sólo necesito buscar entre los elementos, el espacio conferido para los encuentros entre lo mortal y lo divino.

_Entonces, quiero que llueva más, para que te sigas asomando a través de la ventana de la vida, para que se aclare el escenario de tus recuerdos, para que retires con tu fe los obstáculos que encuentras entre las enramadas mas espesas y descorras las cortinas grises del firmamento que concibes como olvido, para que te encuentres conmigo en ese cielo azul a primera vista, que anuncia la entrada al infinito, para que sientas la paz y disfrutes de la armonía del universo, y una vez alcanzado el equilibrio entre tu cuerpo material y el espíritu, regreses convertido en lluvia, para que fertilices con amor la tierra, para que en cada planta que reciba la sublime bendición de tus anhelos, regrese como fue en un principio, el amado paraíso que le obsequié a mis hijos en la tierra.

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