Como en los días que la violencia hizo crisis en la región tamaulipeca, la mayoría de las familias evitaban velar a sus parientes y prologar los sequitos fúnebres en los panteones, nuevamente se presenta una circunstancia similar. También en aquella contingencia no sanitaria se evitaban los festejos diurnos y nocturnos, la población aprendió a estar en el encierro, las nuevas generaciones vieron su niñez, adolecencia y juventud, detrás del cristal y la reja.
El nuevo escenario social por la presencia de una bacteria biológica denominada por la autoridad Covid-19, vuelve a modificar el comportamiento de los grupos sociales. Hay preocupación en los habitantes de esta y otras regiones de estado y del país.
Las familias de manera forzada enfrentan una convivencia obligada, pues las versiones urbanas del cabalgar de la muerte por la calles y avenidas es cada vez recurrente se acerca a los círculos familiares y amistades cercanas.
Similar a la crisis de la violencia, la población dejo atrás aquella falsa primavera y optó por invernar ante la cercanía de aquella contingencia que arrasaba como la lava del volcán. Y así como las familias asilenciaron el dolor, sin compañías sepultaron sus difuntos y hoy ven esfumar la vida de seres queridos nuevamente.
La bacteria sigue su transe, la población se muestra precavida ya que ha conocido a los muertos de las dos crisis en menos de dos décadas, pues en realidad existen los muerto no la muerte, aunque hay quienes defienden creencias en ese sentido.
Ambos fenómenos son familiares para la población de esta y otras regiones aunque hay algunas como las del centro y bajío del país enfrentan de manera simultánea las dos problemáticas.
Con una amplia diferencia porque las balaceras no amedrentan las actividades escolares, los planteles jamás estuvieron vacíos no obstante que en una secundaria de Reynosa estudiantes murieron y otros quedaron heridos, pero las escuelas jamás permanecieron cerradas.
Son inumerables los profesores victimizados, y por ello aprendieron a viajar “como sardinas” en un solo vehículo. Hoy están en el extremo, pues ni siquiera pueden ir a los planteles educativos.
Lo mismo que los centros de religiosidad ni aun en aquel templo de Santander Jiménez donde desapareció el Padre Carlos Ornelas, fue cerrado por ese motivo y que su plagio no ha sido esclarecido ni será esclarecido.
Al comandante y al fiscal que investigaban el caso al mismo que al fiscal y al comandante de que indagaban la muerte de los migrantes de San Fernando, aparecieron acribillados, con la diferencia que los primeros fueron auxiliados y sobrevivieron al ataque en la denominada Brecha Chepina.
Tal es el temor a la muerte, que en lugar de altares las escuelas y la secretaria de educación puso protocolos de salud, lo mismo ocurrió en los centros comerciales y religiosos a pesar, que estos últimos difunden en sus discursos que la muerte es la vida a plenitud.