Ayer, mientras tendía la cama por la mañana, un destello de amor activó mis recuerdos, de pronto me vi sosteniendo en brazos a mi primera hija cuando ella tenía acaso tres meses; de esa evocación pasé a otra, en ella veía a mi segundo nieto, de nombre Emiliano, siendo un adolecente, sentado en el filo de una jardinera de su casa, dando la impresión de estar mirando a su interior, por lo que me acerqué sigilosamente para no interrumpir su meditación, perode inmediato volteó a verme, pues tal vez me delató la sombra de mi cuerpo,entonces me pidió me sentara junto a él y me preguntó: ¿Abuelo, tú fuiste un buen padre? De momento no pude contestarle, pues me sorprendió con esapregunta. ¿Abuelo, me escuchaste? Sí, Emiliano, te escuché, pero creo que esa pregunta se la debes hacer a tu mamá o a tus tíos María Elena y Cristian, para un padre resulta ser una pregunta difícil de contestar. Mi nieto percibiómi discreta contrariedad y replicó: Tal vez no te planteé bien la pregunta, y debí decir ¿tuviste un buen padre? Claro, sin titubear le contesté, mi padre fue una buena persona, tenía un excelente sentido del humor, fue también un excelente profesionista. Emiliano esbozó una sonrisa y dijo: Me hubiera gustado conocerlo. Después se levantó del sitio donde se encontraba y se marchó, mientras en mi mente seguía aquella pregunta: ¿he sido un buen padre? Nunca le he hecho esta pregunta a mis hijos, en realidad, siento un poco de temor hacerla, porque el ser padre, no se concreta al hecho de engendrar a los hijos, incluso, va más allá de proporcionarles lo necesario para su sobrevivencia, pues en mi caso, había una sola cosa que me faltaba para sentirme plenamente feliz: El escuchar a mi padre que me dijera que me amaba; y es que esa cuestión no se limita a que los hijos piensen por símismos que el hecho de que se les proporcione las cosas materiales para salir adelante en la vida, es suficiente para sentirse amados, sino que existe una involuntaria sensación de orfandad, cuando sin faltar el padre, faltan las palabras de amor para los hijos.

Muchas veces he sentido en mis hijos esa necesidad de sentirse amados por mí, ellos quieren que los abrace y los bese, seguramente esperan que les diga esas palabras que dejé de decirles desde hace muchos años, ayer, cuando los vi tomar lo que sería su camino para formar sus propia familia, para ser sincero, si los veo seguido o si tardo en verlos, siempre estoy esperando que mis hijos me abracen, me besen y me digan esas palabras que a mi padre le faltó decirme el suficiente tiempo, como para sentirme eternamente feliz.

Ayer, mientras tendía la cama por la mañana, un destello de amor me recordó cuánto se puede amar a los hijos y que no importa la edad que estos tengan, o lo independientes que sean, para mí siempre serán fuertes mis brazos para seguir cargándolos con la fuerza que me da el corazón.

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