Llegó, se sentó y no dijo nada, yo lo esperé unos minutos respetando su silencio, después le pregunté si lo podía ayudar en algo, el me respondió: Sólo déjeme estar un rato en este espacio, en este tiempo, sintiendo su proximidad, porque de esa manera, me aferro a la idea de que aún existo. Por mi mente pasó la palabra depresión, el hombre se veía un tanto descuidado en su aspecto físico, barba crecida, mal peinado, podría decirse desaliñado; pero como él dijo más adelante, como adivinando mi pensamiento: ¿A quién le importa? Lo escucho, le dije. No porque me vea así, replicó, piense que estoy triste o que soy un infeliz, de hecho, soy más feliz que muchos que cuidan su imagen, porque les importa el que dirán, pero en su interior se sienten muy desdichados; hoy, como le dije, sólo quiero sentirme parte de la comunidad, porque en ocasiones me siento solo; espero no le moleste mi presencia. De ninguna manera, le dije, todos necesitamos en algún momento a alguien que nos escuche, que nos haga sentir que formamos parte de la comunidad. Después de decir lo anterior, de nuevo el hombre hizo una pausa por un par de minutos, por mi parte continué lo que ahora podría definirse como acompañamiento contemplativo, no invadí su privacidad. En  seguida el hombre se paró, respiró profundamente y exclamó: ¡Que buena medicina! Si todos los médicos se dieran un poco de tiempo para escuchar el silencio que invade a muchos de sus pacientes, a  identificar sin mucho preguntar que en ocasiones, nuestra mayor preocupación no resulta ser la enfermedad crónica que se padece o sus complicaciones, sino el miedo a enfrentar solos el aislamiento que cada día se acrecienta debido a los brutales cambios que se están dando en todos los aspectos de la vida; la mayoría de edad nos lleva de la mano al envejecimiento, nos va aislando sin desearlo en el seno de la familia, del trabajo, incluso, de los grupos de amistades que se conforman y que tratan de paliar mucho de lo que se calla en lo individual, pero se exhibe abiertamente en lo comunal y que seguramente ya tiene nombre.

La próxima vez que estés frente a un ausente que está presente, no te olvides de obsequiarle unos minutos de tu valioso tiempo para regresarlo a la otra realidad, a aquella en la cual tenía voz y voto en todo lo que le era muy significativo.

Vaya mi solidaridad para todos los ausentes que están presentes, también para los presentes que están ausentes.

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