No es válido argumentar lo que escuchamos en días pasados en medios electrónicos acerca del engaño de que fue objeto México con el caso de la pequeña del colegio Rébsamen que aparentemente estaba viva y que terminó en un fiasco televisivo, en el que los principales manipuladores exigieron a una institución tan seria como es la Secretaría de Marina disculparse en la forma en que lo hicieron.

Entre las premisas del periodismo –el buen periodismo, del que estamos muy lejanos hoy en día- es confirmar el hecho, y no precisamente con los rumores calientes de querer ganar la noticia a quien sabe qué medio, porque lo único que logramos es desinformación.

Es el riesgo, desde nuestro punto de vista, del llamado “periodismo ciudadano” que da voz a cuanta persona quiere expresarse con fines informativos, amarillistas, sensacionalistas o de crear rumores para armar crisis de toda índole.

De esos tenemos muchos ejemplos todos los días: pseudoperiodistas que abren espacios en redes sociales y creen que su opinión merece el calificativo de opinión periodística, confundiendo una opinión personal con algo fundamentado en el arte de hacer periodismo.

Hacer periodismo es informar; no entendemos que rescatar y recuperar de la misma manera: entendemos que un cuerpo de socorristas rescata a alguien con signos vitales y recupera un cadáver. Nuestros informadores se confunden y usan los dos términos indistintamente.

Es tonto pensar que culpando a los rescatistas y marinos lavan su pésimo periodismo: a ver, sinceramente, a quién se le ocurre que hay una persona viva y que la vieron y demás: ¿No vieron las toneladas de material encima? ¿tenían visión de rayos X? Se dejaron llevar por el primer rumor o primer dicho de cualquier persona y rompiendo la regla fundamental periodística, lo dieron por hecho, válido, y engañaron a los televidentes que, morbosos, esperaron hasta la madrugada a ver si sacaban a la pequeña, cuyo nombre no vale la pena siquiera mencionar, por respeto a los cientos de víctimas que aún se encuentran bajo piedras.

Un grotesco reportero deportivo de la cadena Milenio entró a un edificio para filmar un perchero y presumió que estaba “de pie”, con quién sabe qué objetivo.

El hecho de que el perchero estuviera así no dijo nada interesante, y además, violó todo tipo de ley al invadir propiedades particulares, al allanar una morada sin permiso de nadie, y si alguna autoridad le permitió pasar, esa también cometió un grave delito, pero por ser de Milenio, todo se lo perdonaron. Y todavía lo presume como exclusiva. ¡Por favor!.

Uno y mil yerros en la forma de conducirse, de redactar, de presentarse, y de informar. Dieron voz a ciudadanos que exigían a la autoridad información inmediata, desconocedores de que éstos, la autoridad, tenía que coordinar todas las acciones y no podían estar informando cada que se movía una piedra de qué había abajo.

Falta de criterio y un gran espíritu amarillista, para destacarlos reclamos de esa naturaleza de gente que se olvidó que la tragedia envolvió a miles de mexicanos y no solamente a su familiar.

Lo rescatable: el gran espíritu solidario que ha hecho que víveres y apoyo haya por todas partes, que sigamos viendo en nuestras ciudades gente que ha ido a comprar muchas cosas para los centros de acopio.

Es hora de juntar todos esos recursos y enviarlos, para que no suceda lo de otros siniestros pasados: que la ayuda se guarda para seleccionarla y se echa a perder.

Muchos mexicanos la requieren, hay que pedir que se les haga llegar a la voz de ¡YA!, y exigir a los medios, profesionalismo, mesura, preparación y sentido humano, porque lo requieren urgentemente.

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