​Deseo tomar algunas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Sacramento de la Eucaristía:

​“La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.

​Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta que vuelva, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (Números 1322 y 1323).

​Por otra parte el texto del Evangelio de este domingo, Lc 18, 1 – 8, que presenta a una viuda que va con un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres, y después de mucho insistirle el juez le hace caso.

Esta parábola lleva a reflexionar que a veces se puede pensar sobre la utilidad de la oración, y se puede caer en un error de pensar que su eficacia estriba en el hecho de que se cumplan los deseos que se piden; como si, por observar una serie de requisitos, se pudiera lograr, de forma casi automática, el cumplimiento de lo que se pide. La oración no es para que Dios ame más a la persona, pues no la puede amar más, se ha de orar, no para que Dios esté al servicio de quien ora, sino para dejarse modelar por él.

No se ora para que él sustituya en la búsqueda de soluciones para los problemas sino para que ayude a vivirlos desde su amor y su gracia. La oración es expresión de confianza de quien ora, de saberse amados y acompañados por el Dios de la misericordia.

​Me parece importante hacer alusión a las palabras de san Pablo en la segunda carta a Timoteo, (3, 14 – 4, 2) que en la misa de este domingo se proclama como segunda lectura: “Toda la Sagrada escritura está inspirada en Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena”

​Se puede orar con palabras del Salmo 120: “El auxilio me viene del Señor. La mirada dirijo hacia la altura de donde ha de venirme todo auxilio. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

​Que el amor, la paz y la alegría del Buen Padre Dios permanezcan siempre con ustedes.