La Palabra de Dios escrita en la Biblia ilumina, conduce, fortalece, ciertamente algunas veces desconcierta como el texto evangélico de este domingo, Lc. 6:27-38, que invita a reflexionar sobre el amor al enemigo.

El principio del amor al enemigo y de la renuncia a la violencia tiene su punto de partida en la práctica de Jesús y su proyecto del Reino de Dios que no es otra cosa que aceptar la soberanía del amor gratuito de Dios y promover la vida.

Ante esta gracia sólo tiene un camino: convertirse en canal transparente y eficaz para que este amor gratuito y engendrador de vida se transmita y crezca en la historia.

Por tanto se ama al enemigo, porque se está en desacuerdo con la violencia; de ahí que el Evangelio agregue la presentación de la otra mejilla; esta figura invita, no a la dejadez, sino a la capacidad de superar la espiral de la violencia, pues siempre el mejor modo de decir que no nos parece una agresión es precisamente actuando de manera diferente.

Y es que quienes hacen daño quieren tener pretextos para seguir agrediendo; no corresponderles con la misma violencia es la mejor manera de desaprobar lo que hacen, despojándoles de cualquier pretexto para que continúen en su agresión.

El creyente está llamado a marcar la diferencia, es decir, tiene que distinguirse en convencimiento y actitudes profundas que le ayuden a vivir de manera más adecuada y más fructífera.

De acuerdo al texto del Evangelio, los creyentes se pueden preguntar de qué manera deberían solucionar los problemas? En la situación de violencia de nuestro país, ¿cuál podría ser el aporte como creyentes para la reconciliación y la paz?

Se puede orar con las palabras de la oración de la misa: “Concédenos, Dios todopoderoso, que la constante meditación de tus misterios nos impulsen a decir y hacer siempre lo que sea de tu agrado.

Que el buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.