Muchas personas aman a su automóvil, algunas de ellas, afirman eso por el hecho de poseer el auto que perteneció a sus abuelos o a sus padres y entonces establecen una fuerte unión afectiva con el vehículo. He tenido pacientes que aseguran que los autos tienen mucha semejanza con el cuerpo humano, de tal manera, que asignan al motor, las mismas funciones que el corazón; a la carrocería, le encuentran semejanza con el esqueleto; a la pintura, le encuentran parecido a la piel; aseguran que las llantas son como las extremidades, que los faros son los ojos y que el sistema de escape es similar a aparato gastrointestinal.

Lo anterior me puso a pensar que quizá los autos tienen también un alma; en algunos diccionarios definen el alma como “una entidad abstracta tradicionalmente considerada la parte inmaterial, que junto con el cuerpo o parte material constituye al ser humano. Se dice que el alma no es una realidad sensible, y que por lo tanto, no puede ser estudiada por la ciencia. En algunas creencias el alma es la parte espiritual e inmortal del ser humano”.
Pues bien, yo creo que el alma de nuestro auto es una proyección del estado anímico en el que nos encontramos cuando estamos conduciendo, de tal manera, que si en esos momentos nuestro ánimo es tranquilo, el desplazamiento de nuestro auto es igualmente tranquilo y seguro, dándonos la oportunidad de disfrutar el viaje, pero por el contrario, si en el momento de conducir estamos bajo la influencia del estrés, de la ansiedad, de la irritabilidad, nuestra forma de conducir será rápida, insegura y podría considerarse un factor de riesgo para sufrir algún percance; si estamos conduciendo con el ánimo deprimido, nuestra forma de conducir es incierta, sin rumbo fijo, donde incluso, podríamos perdernos en el trayecto, acaso caer bajo el influjo de un profundo sueño y en ocasiones no despertar de él.

En esta semana, inexplicablemente, sentí cómo mi auto se desplazaba de manera tan serena, tan segura y ligero, que parecía que las llantas no tocaban el suelo, no escuchaba ningún ruido del motor, de la carrocería o de la suspensión, parecía como si estuviera suspendido en el aire; tan sorprendido estaba, que me dije a mí mismo: esto no puede ser posible, pues mi estado de ánimo en esos momentos era deprimido, y por ese motivo, de acuerdo a mi teoría, no podía estar transfiriéndole una buena vibra a mi auto, de hecho pensé que estaba equivocado, pero he de reconocer que me dio la oportunidad, para reflexionar sobre el hecho de que en ocasiones, nuestra voluntad no es suficiente para vencer todo aquello que nos causa tribulaciones, de ahí que en ese momento, el alma de mi auto no era la mía, quien conducía y le daba rumbo y sentido a mi vida era una fuerza mayor, mucho mayor, y quiso mi fe que pensara y así lo creo, que quien me estaba diciendo aquel inexplicable mensaje, era el Espíritu Santo diciéndome: Aquello que no puedas cambiar, que rebase el deseo y la fuerza de tu voluntad y consideres imposible, déjalo en manos de Dios, porque él está por encima de cualquier poder, en él está el hacer posible lo imposible. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos y humildes, porque ellos poseerán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro el corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:3-10)
Dios te bendiga.

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