La todavía nonata Presidencia de Andrés Manuel López Obrador, me recuerda uno de los primeros conocimientos que obtuve en mi clase de Algebra I, allá en la lejana secundaria.
Le diré, si me permite, cuál es ese recuerdo.
Para hacernos entrar en la mollera a quienes en esos momentos sólo conocíamos los números como la simple aritmética y no como la ampulosa matemáticas, el profesor Arturo Ramallo, un arquitecto español cuyo irascible carácter era una temible fogata permanente, nos explicó un buen día los misterios de los llamados números negativos.
“Más por más da más, pero también menos por menos da más, es decir en las dos formas da positivo”, nos dijo.
Y dejó clara la segunda parte con un paralelismo genial: “Menos por menos da más, como el no, no, es sí. Lo negativo multiplicado da positivo”.
¿Qué diantres tiene que ver esa lección con López Obrador?
Todo.
Aún no empieza la administración de la cuarta transformación y ya sus figurones nos están enseñando que al igual que en el álgebra el menos por menos da positivo, para ellos –el naciente gobierno– el multiplicar las mentiras es una forma de decir la verdad. Es una visión abominable, pero por desgracia eso es lo que están haciendo.
No encuentro otra explicación. Para justificar sus decisiones citan informes espurios, manejan análisis manipulados o a medias, permiten y hasta impulsan fraudes descomunales en una consulta sobre el aeropuerto y cierran ojos y oídos a los dictámenes de expertos. Mentira tras mentira, en una alegoría de negativos que en la multiplicación mencionada resulta que tiene un resultado positivo, porque dicen que eso es la verdad.
Dios, ¿En qué clase de país vivimos?
Ni el PRI en sus años más repudiables exhibía esa falta de respeto a la sociedad y ese constante insulto a la inteligencia. Tenían por lo menos la malvada cortesía de maquillar sus abusos. O para decirlo en forma coloquial, hacían lo que los gatos: tapaban sus excrecencias. Despedían un aroma fétido, pero las disimulaban.
No deseo ni remotamente que ese repudiable modelo del Revolucionario Institucional siga vigente para que continúen tales excesos, pero si tenemos que ceñirnos a caprichos iguales y a apretarnos la nariz para no sufrir esos malos olores, por lo menos no nos digan que ese hedor es fragancia de rosas y jazmines.
No se burlen, por favor…
¿QUIÉN DIABLOS SE LOS PERMITE?
He defendido en este espacio el uso de parquímetros en las calles de Victoria, con el argumento de que aportan mayor orden a la vialidad en lo que se refiere a la oportunidad de encontrar espacios para estacionar automóviles y no agudizar el caos del tráfico con el malhadado “vuelta y vuelta” para hallar un lugar de ese tipo.
Sigo defendiendo esa tesis, pero eso no significa que deje de repudiar los abusos de quienes manejan esa departamento, área o como le quieran llamar, en esa incomprensible concesión de fuerza pública que ha hecho el municipio –no éste sino los gobiernos anteriores– a una empresa privada para que en los hechos haga el papel de policía o agente de tránsito y prácticamente secuestre las unidades hasta por doce horas, porque se les pega la regalada gana o porque no tienen ganas de retirar los bloqueadores llamados “arañas”,
¿Quién demonios tuvo la brillante idea de darles facultades para retener un automóvil por no pagar uno o dos pesos en un estacionómetro?
Demonios, es una simple empresa particular que tiene una concesión administrativa, nunca una función de seguridad pública.
¿Tienen por lo menos una lejana idea de lo que pueden provocarle a una persona al cometer esa arbitrariedad?…¿la pérdida económica, escolar y hasta el peligro que implica una emergencia de salud por no retirar de inmediato ese mecanismo?
Malo es en mi opinión quitar los parquímetros, pero peor es soportar esa cauda de abusos y que queden en la impunidad…
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