El fin de semana salí a caminar con mi nieto Emiliano, y después de avanzar unas diez cuadras, me preguntó: _Abuelo, por qué en cada cuadra hay una cochera con un letrero que dice “venta de garaje”.

Me sorprendió la observación del niño, pues mientras yo le hablaba de su próxima competencia de Judo, el al parecer, no me estaba escuchando, porque daba rienda suelta a su curiosidad; antes de contestarle medité la respuesta, pues sabiendo que el niño es muy analítico, tal vez pudiera preocuparse de más si le decía que aquello que llamaba su atención, desde mi punto de vista, era un indicador de los efectos de la precaria economía de nuestra amada entidad y probablemente del resto del país.

Antes de que pudiera hablar, mi nieto se me adelantó y me dijo, que el necesitaba saber bien cómo se manejaba este tipo de “negocio”, pues tenía la necesidad de juntar dinero para saldar una cuenta pendiente. Me pregunté ¿qué clase de deudas podría tener un niño de 10 años?

Pues recordé que a esa edad, mis hermanos y yo, tratábamos de reunir dinero para comprar barajitas para llenar algún álbum de personajes famosos de la historia de México, de jugadores de futbol, de luchadores o de superhéroes de los comics, o para comprar algún disco de vinil de 45 revoluciones de algún artista juvenil de la época.

Queriendo salir de dudas le pregunté para qué necesitaba dinero, y el niño me pidió que no me molestara por no decírmelo, porque se trataba de un asunto personal. No insistí más en el tema, porque conociendo la nobleza de Emiliano, sabía que cualquier plan que tuviera era bueno, así es que nos avocamos a platicar sobre los objetos que podría poner en venta: Lámparas de buró en desuso, vajillas en buen estado, adornos de mesa, libros, en fin, tantos objetos que se van acumulando en el cuarto de triques en el hogar.

En niño repaso la lista que había mencionado y me dijo que era difícil juntar esos objetos, así es que, tratando de que no se desanimara, le dije que yo tenía un lote de ropa de los años setenta y ochenta que podrían venderse bien, el niño no pareció entusiasmarse mucho con la idea y externó su preocupación al tomar su mentón con la mano derecha y dirigiendo una mirada al suelo; queriendo impulsar mi propuesta, le dije que la ropa se encontraba lavada y planchada y acomodada en unas bolsas de plástico y que eso le daba un valor agregado a las prendas, pero, nada animaba a mi nieto, así es que, ya con un poco de molestia le dije: _Mira Emiliano, tú no te dejas ayudar, te estoy ofreciendo uno de mis tesoros más preciados y me desprecias.

El niño, tratando de que no me ofendiera contestó: _En verdad agradezco tu ayuda abuelo, pero no creo que sea una buena idea ¿quién me compraría ropa tan vieja y tan fuera de moda? Moviendo mi cabeza, como gesto de desacuerdo, le contesté: _Por qué te fijas en ese tipo de cosas, si fueras optimista y aprovecharas el gran carisma que tienes, podrías ofertar mis prendas como la ropa de un famoso poeta, o un distinguido escritor contemporáneo, o simplemente como un recuerdo del abuelo que todo niño le gustaría tener.

El niño contestó: _Qué buena idea me has dado, voy a promocionar tus prendas en el Facebook con una etiqueta muy especia que diga “Oferta exclusiva para conocedores, se venden originales de poesía, narraciones fantásticas, lecciones de vida incluso las historias del Tío Tiótimo” Sabiendo que me estaba jugando una broma le pregunte: _¿Y la ropa? Emiliano haciendo alarde de su ingenio me contestó: _Esa

mejor no la vendemos, quien quite y pegue lo de los escritos, y después te vuelvas famoso, y a quién no le gustaría conservar alguna prenda de su autor favorito

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