¿Por qué los momentos más gratos en la vida tienen que ser tan fugaces? Si no tenemos plena conciencia en nuestra vida, sin duda el disfrute de la misma se tome sólo como el pase de página de un buen libro, donde el entusiasmo termina cuando termina su lectura. Si acaso los dulces recuerdos de nuestra niñez viven aún en nuestra conciencia, es porque realmente nos entregábamos a las vivencias al cien por ciento, el gran amor que sentimos por nuestros padres cuando niños era totalmente auténtico, de hecho, luchábamos todos los días por llamar su atención, para recibir un beso, para recibir una caricia; los juegos con los hermanos o amigos durante la infancia, nos dejaron una huella imborrable en nuestro corazón; eran pues, toda una forma de vida, porque sin juegos no concebíamos vivir; y qué decir de nuestro primer amor en nuestra adolescencia, el estar enamorado requería de entregarnos todos a tan placentero sentimiento, tanto, que vivir sin el amor de nuestra pareja, en ocasiones, nos deprimía tanto que la vida no tenía ningún valor. Recuerdo también cuando el tener un verdadero amigo significaba haber encontrado el más valioso de los tesoros en nuestra juventud, cómo sobrevivir sin el consejo del amigo, sin su apoyo incondicional y su solidaridad.
La vida de un tiempo para acá, cuando sin tener conciencia, nos dejamos abrumar por los problemas cotidianos, cuando nuestra atención se encuentra tan dispersa en un mundo donde todos parecemos extraños, nos está robando nuestro tiempo y la valiosa oportunidad de hacernos sentir que cada momento de nuestra existencia es tan valioso, que vale la pena vivirlo a plenitud.
La vida no es un bien que podemos gastar sólo para probar que estamos vivos porque respiramos, caminamos, comemos o dormimos, la vida es el don más grande que Dios nos regaló y tenemos que disfrutarla a plena conciencia.

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