Una vieja frase popular sigue resonando en México como explicación de lo que vivimos no sólo ahora, sino desde hace muchos años:
Por eso estamos como estamos.
La referencia a esta frase se deriva de lo que en los meses cercanos ha sido la esencia de la crítica política en nuestro país hacia los ex presidentes.
El análisis, la investigación y la objetividad han sido métodos utilizados sólo por una parte minúscula –pero importante– de la sociedad y en su lugar navegan generosamente la burla, el insulto, la ridiculización y la deslegitimación hacia las aficiones, el físico, el atuendo y hasta la forma de hablar de esos personajes bajo la lupa. Pocas veces lamentablemente, enfocados hacia lo que debería importar: A la preparación y a la capacidad.
Lance una ojeada a los medios de comunicación o a las “benditas” redes sociales. En su inmensa mayoría están poblados de vituperios de cantina, de pitorreos de lavadero o cotilleos de pasillos para supuestamente exhibir a quienes no son de su agrado o son considerados “enemigos”.
Hablar de Vicente Fox significa recurrir a epítetos de ardido, boquiflojo, retrasado mental y otras lindezas por el estilo. Referirse a Vicente Calderón es mencionarlo por su afición a la bebida o porque alguna vez se encasquetó un uniforme militar que le quedó flotando. Tomar como tema a Enrique Peña es poner sobre la mesa que usaba calcetines inadecuados, que no sabía en sus discursos cuando hablaba de un municipio o de un Estado y en general, tildarlo de estúpido.
Se cuentan con los dedos de la mano quienes hacen la tarea y escriben en el pizarrón, con cifras, estadísticas y evaluaciones confiables y sólidas, cuáles fueron sus aportaciones al desarrollo del país, lo mismo que con datos comprobables sin ocurrencias, cuáles fueron sus errores en la economía, en la educación o en la salud, por citar sólo unos cuantos rubros.
En esa balanza es donde se puede sopesar el bien o el daño que provocaron. No en los chistoretes o en el escarnio.
Hoy, pasamos del análisis serio a la cuchufleta de mercado. Parece muy divertido soltar a diestra y siniestra señalamientos sobre un copete y una novia, sobre un gusto etílico y una vestimenta, o unas botas y una esposa incómoda, pero en realidad todo eso no aporta nada a la necesaria valoración de qué es lo que hicieron bien y qué hicieron mal.
Y ni modo que lo neguemos.
Por eso estamos como estamos…

ESPOSAS DE PRESIDENTES
No es noticia el que los presidentes de la República suelen incurrir en excesos con cargo al dinero público, como en el caso de los famosos rastrillos para rasurar achacados a Peña Nieto.
En Tamaulipas, recuerdo dos casos atribuidos a esos mandatarios del pasado.
En una visita de José López Portillo a Victoria, se hospedó junto con su esposa, doña Carmen Romano, en el mejor hotel capitalino de la época, el Everest.
La entonces primera dama acostumbraba tocar piano todas las noches, así que se envió uno de lujo a sus habitaciones, pero surgió un problema: No cabía.
La solución fue demoler dos paredes y equipar el entorno con materiales especiales para crear una “sala de música”, lo cual fue debidamente cargado a los gastos del Gobierno, es decir, de los tamaulipecos.
Una más: Siendo presidente Miguel de la Madrid, también cumplió una gira a esta capital y fue acompañado por su cónyuge, Paloma Cordero, una persona no estrafalaria como su antecesora, pero con gustos “delicados”, como el tomar sólo jugo de lima en el desayuno.
La crisis apareció cuando no encontraron una lima ni para remedio en Victoria o en Tamaulipas, por lo que las esposas de dos Secretarios fueron comisionadas para viajar a velocidad de rayo a León, Guanajuato, a traer varias garrafas de jugo y cajas de la misma fruta “por si se ofrecía”. Y todos contentos, porque para eso es el dinero público. Pecata minuta.
Vaya usted a saber de cuántos caprichos más nos enteraremos después…

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