En el intercambio de metralla mediática generado por la virtual cancelación federal de los fines de semana largos, una figura cercana pero diferente a los nefastos “puentes” históricos –trataré de explicar esto líneas abajo– esta polémica se ha concentrado en el impacto negativo sobre la industria turística.
Importante es sin duda esta percepción por los efectos que entraña en una de las principales fuentes de ingreso para estados como Tamaulipas, cuya economía descansa en gran medida en esa industria.
Pero curiosamente, en ese juego de dimes y diretes, prácticamente han olvidado dos factores más. Y en mi opinión, tan importantes como el que atañe al sector recreativo.
Los dos temas en su momento fueron parte de la justificación para oficializar esos fines de semana ampliados. Uno se refiere a la necesidad de fortalecer la convivencia familiar y el otro proteger la productividad laboral, evidentemente vinculada al desarrollo económico no sólo de las empresas prestadoras de servicios turísticos.
Para exponerlo iré, si me permite, por partes.
Quien escribe, como sucede con decenas de millones de mexicanos, se ha visto beneficiado con generosidad por esa acumulación de días. No me refiero al aspecto económico sino a otro igualmente vital: Me ha permitido restablecer la necesaria y saludable comunicación con familiares cuya lejanía geográfica me impedía verlos ante el tiempo en contra que significaba un viaje prolongado y la escasa estancia que éste permitía, para quienes como su servidor tiene que viajar por carretera.
Desde que se implantó el sistema de acumulación de días he disfrutado enormemente ese retorno a la familia y a su vez quienes he visitado han correspondido con frecuencia, de tal manera que esos vínculos íntimos se renovaron y aumentaron, por lo cual he otorgado y otorgo mi agradecimiento permanente a los creadores de la idea.
Y hoy están a punto de arrebatarme esa dicha.
El segundo factor es más pragmático.
Se relaciona directamente –aquí sí– con los famosos e indeseables “puentes”. Pero con los verdaderos, los que sí hacían daño a la economía y eran un lastre tanto para las administraciones públicas como para la iniciativa privada, junto con el ámbito escolar en todos sus niveles.
Lo explico:
Cuando un día de descanso obligatorio “caía” en un martes o jueves, prácticamente se perdía la semana, porque además de tomarse como feriado esa jornada, era costumbre generalizada tomar alegre e irresponsablemente el lunes o el viernes, según fuera el caso.
El resultado era desastroso:
Lo que hoy todavía es un fin de semana largo antes era una pesadilla, porque el “puente” solía ser de cuatro días, de sábado a martes o de jueves a lunes en el otro caso. De siete días, en la semana se trabajaban solamente tres. Una alegre locura que se repetía en forma casi sistemática año tras año y desplomaba los índices de producción de las empresas, desquiciaba los trámites gubernamentales y alteraba gravemente los ciclos escolares.
¿Por qué esta remembranza?
Porque se equivocan quienes piensan que ajustar los días feriados para acercarlos a un fin de semana fue una ocurrencia. Fue rigurosamente estudiado en todos sus conceptos, el turístico, el familiar y el productivo. Fue y hasta ahora es un acierto que lamentablemente está en riesgo.
Ojalá que la razón impere en este laberinto de opiniones. Ojalá que exista una salida que le dé la dimensión que quiere el gobierno federal a las fechas históricas nacionales, sin pegarnos en los sentimientos y en la economía.
¿Será mucho pedir?…

Twetter; @LABERINTOS_HOY