“Y volviendo Jesús a hablar al pueblo, dijo: Yo soy la luz del mundo: El que me sigue, no camina a obscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12)

Dos hombres de mediana edad caminaban en silencio hacia la luz del mundo, el primero en hablar, denotaba en su cara una evidente mortificación y dijo: sin duda la vida es el don más preciado que Dios nos ha obsequiado, pero hasta ahora, no me he podido explicar, por qué el hombre, consciente de ello, no se hace acompañar por esa dicha, y por el camino se deja deslumbrar por los destellos de la tentación; he querido apegarme fielmente a los mandatos del de mi Señor, pero no logro mantener mi firmeza y de alguna forma u otra caigo en el pecado; después arrepentido, trato de esconderme a los ojos de Dios, pero él siempre sale a mi encuentro y me pregunta si tengo algo que decirle; por pena o por vergüenza, me quedo callado, pero de nada me sirve, pues es tal su omnipresencia, que lo siento dentro de mi pensamiento, dentro de mi corazón, nada pues le puedo ocultar, y sabiendo todo sobre mí, y esperando mi castigo merecido, en la idea de dar marcha atrás, resulta que Él, sin decir nada, toma mi mano y camina a mi lado hacia la luz.

El otro hombre, intrigado le preguntó: ¿Pues de qué tamaño son tus pecados? Y el otro le contesta, no importa que tan grande sea la falta, habiéndola cometido, sin duda pesan igual, sean pequeñas o grandes. Siguiendo con la charla le dice: ¿Entonces, el hecho de que sigas por camino de la luz significa que has sido perdonado, sin merecer castigo? Y el primer hombre le dice, si te has arrepentido de corazón y luchas por enmendar tus faltas, sentirás cómo la misericordia del Señor te alcanza; porque Él ha venido al mundo para que seamos salvos.

Si sigues por este camino, como sigo yo, seguramente es que tenemos el firme propósito de estar en gracia de Dios y con ello poder estar junto a nuestro Salvador, en su divino reino.

Sin duda no hay pena más grande que sentirse alejado de Dios por haber pecado, el estar arrepentido de nuestras malas obras es el primer paso para encontrar nuevamente el camino.

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas” (Jn 10:11)

“Tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco, las cuales debo yo de recoger, y oirán mi voz; y de todas se hará un solo rebaño, y un solo pastor” (Jn 10:16).

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos familiares.

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