“Mejor es, pues, vivir dos juntos que uno solo; porque es ventajoso estar en compañía. Si uno va a caer, el otro lo sostiene. Pero ¡ay del hombre que está solo!, pues si cae no tiene quien lo levante. (Eclesiastés 4:9-10).

Sí, a mí me ha pasado muchas veces, me casé muy enamorado, y con el tiempo llegó el verdadero amor, en el cual, seguimos trabajando María Elena y yo para seguir sosteniéndonos el uno al otro, sobre todo, cuando dejamos que ciertas emociones nos invadan con evidente ira y actúen de forma indeseada sobre nuestra conducta, induciéndonos a tomar decisiones equivocadas, de ahí que, entremos a un diálogo de sordos buscando la razón, cuando ésta, desde antes de que diera inicio la discordancia, nos alerta con un dejo de dolor, de que si hay amor, no deberíamos darle entrada a una clase de enojo que pone en entredicho momentáneamente la base en la que cimentamos nuestra relación conyugal.

Este proceder, inadecuado y nocivo, de nuevo pone en evidencia la eficacia de nuestra comunicación y de nuestra tolerancia, que por cierto, parece estar influenciada con la edad, pues, si los matrimonios jóvenes tienen una frecuencia mayor de desencuentros, también lo es, el hecho, de que éstos tienen un desenlace favorable al final de la turbulencia, en comparación con los de los matrimonios añosos, donde persiste un malestar emocional que promueve el desencanto.

En ocasiones, algunos matrimonios jóvenes nos han preguntado sobre la forma de poder lograr una armonía eficaz en la relación conyugal, la respuesta, siempre es la misma: si en verdad amas a tu pareja, no permitas que ninguna emoción esté por encima del amor.

De ésto se desprende otra pregunta: ¿Y cómo sé que lo que siento por mi pareja es verdadero amor?
Sin ningún titubeo les respondo: Si por algún motivo pierdes el control de tus respuestas ante emociones encontradas, y llegas a sentir dolor motivado por el dolor que le causas a tu cónyugue, entonces encontrarás que el amor ha seguido la ruta trazada por la voluntad de Jesucristo nuestro Señor, porque los ha unido de tal forma que son una sola carne.

Señor mío y Dios mío, dale sabiduría a los jóvenes, aleja el egoísmo, la ira y los celos, derrota al falso orgullo que los posiciona en ocasiones como víctima y otras como victimarios, en una relación amorosa que ha sido santificada mediante el sacramento matrimonial.

Que tu amor que se ha alojado en el corazón de tus hijos en la tierra, sea la luz que ilumine su entendimiento para derrotar al enemigo que no duerme, buscando deshacer tu generosa y divina obra.
Cuando veo tu amor reflejado en la mirada y la sonrisa de la inocencia, renuncio a mi condición humana, para que mi espíritu sea el que gobierne mis acciones. Nada está por encima de tu amor, nada por encima del amor que tienes por nosotros. Bendito seas por siempre.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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