“Más Jesús le respondió: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra o disposición que sale de la boca de Dios” (Mt 4:4).

Cuando caminamos por el desierto de las tentaciones, a unos los anima el experimentar cosas diferentes, a otros, la vulnerabilidad que presentamos debido a nuestra endeble fe, buscando, tal vez, algo que nos anime cuando pensamos que nos hemos quedado solos. Qué difícil es transitar con aquellas candentes arenas de la incertidumbre y la desesperanza, nuestra cabeza, inclinada por el peso de nuestros pensamientos negativos, mantiene nuestros ojos mirando sólo lo mal que nos sentimos al estar experimentando una sensación de fatal orfandad, sintiéndonos tan infelices, al pensar, que no somos dignos de recibir el amor, la comprensión, el respeto o la atención de aquellos a quien consideramos los más cercanos a nuestro corazón: padres, hermanos, hijos, cónyuge, amigos. Olvidamos en esos momentos de sufrimiento y pesar, que el único amor que nos debe de preocupar perder, es el amor que Dios nos tiene; nuestra debilidad, pues, pone en evidencia nuestra falta de fe.

Señor yo creo que tú eres amor, y que ese amor, siempre estará conmigo, lo llevaré siempre en mi corazón, para que de ahí surja la fortaleza para enfrentar todo aquello que quiera arrebatarme la fe en Ti, en Jesucristo tu unigénito.

Han sido mis pasos hasta ahora lentos y pesados, pero siempre guiados por el Espíritu Santo hacia la luz que ilumina el camino de la verdad y de la vida; no temeré más, enfrentaré todo aquello que quiera arrebatarme la felicidad de sentirme amado por ti; Ilumina mi entendimiento para ver con claridad lo que tratas de mostrarme en aquellas circunstancias que parecen fatales, pero que llevan el mensaje de tu palabra divina.

Amar a Dios por sobre todas las cosas, con todo el corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y todas tus fuerzas; nos dará la suficiente fuerza y sabiduría para comprender, que los seres humanos somos débiles, que fallamos constantemente en nuestros propósitos de ser dignos hijos de Dios; y que por ese amor tan grande que el Señor nos tiene, podemos amarnos a nosotros mismos y a nuestro prójimo.

Cuando hay verdadero amor no surge el dolor, ni por la ausencia, ni por la pérdida; cuando empezamos a sentirnos solos, débiles y vulnerables, recordemos que lo más importante de todo es que Dios nos ama sin ninguna condición, perdona nuestras faltas y nos da las oportunidades que necesitemos para ser felices.
Que Dios nos bendiga con madurez espiritual, para allanar el camino hacia la vida eterna.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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