“Revestíos, pues, como escogidos que sois de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de compasión, de benignidad, de humildad, de modestia, de paciencia, sufriéndoos los unos a los otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro: así como el Señor os ha perdonado, así lo habéis de hacer también vosotros. Pero sobretodo mantened la caridad, la cual es vínculo de la perfección.” (Colosenses 3:12-14)

Qué difícil nos resulta hablar con suavidad, cuando habiendo perdido la paciencia por la desesperación de no poder agradar a los demás, o por concebir que quien no parece estar escuchándonos, nos está pidiendo a gritos que les tengamos paciencia. Más difícil resulta entender a los necesitados, cuando nuestras propias necesidades no han sido atendidas; pareciera, que cuando estamos frente a una persona que adolece de una buena función de los sentidos, por más que la amemos, llegado un momento  de desesperación, nos parece que su conducta es poco congruente, y le exigimos, alzando la voz, tome conciencia de sus actos ¿quién resulta entonces más necio, cuando le pedimos al ciego que nos vea, o al sordo que nos escuche? ¿Cuando le pedimos al paralítico que se levante y nos acompañe o cuando tratamos de obligar a quien no tiene hambre que coma? Señor mío y Dios mío, en los momentos de desesperación, quédate con nosotros y llénanos de amor, para que la misericordia que ofrecemos a nuestro prójimo no sea producto de una obligación, sino de la evidencia de que hemos aprendido de ti a renunciar a nosotros mismos, para darnos a los demás.

Paciencia nos piden a gritos propios y extraños, cuando en nuestro interior se gesta tormenta tras tormenta al tratar de resolver nuestros problemas, y sentir la frustración de que la solución de muchos de ellos, no están dentro de nuestras posibilidades. Dejemos pues en tus manos, todo aquello que hace más pesado nuestro yugo, para no sentir el peso de la impotencia y de nuestras debilidades. Paciencia mi Señor, danos mucha paciencia, para hacer de aquello que nos parece una penitencia, un motivo más para agradarte y tener la esperanza de la eterna gloria.

El Señor nos dé sabiduría y fortaleza, para que de cada pensamiento negativo que nos acecha, surja el futo misericordioso de su amor, para gloria de su bendito nombre.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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