“Cifras tus delicias en el Señor, y te otorgará cuanto desea tu corazón. Expón al Señor tu situación, confía en él, y él obrará” (Salmo 36:4-5)
Todos quisiéramos que la vida nos sonriera siempre, que no hubiese motivo de lamentación o de tristeza; más la vida no es quien tiene que sonreírnos, puesto que todo lo que puede causarnos pesar, es producto de nuestros actos.
Dios ha dispuesto todo para que sus hijos en la tierra disfrutemos del producto de la misma; hay abundancia hasta para aquellos que pareciera son los más desposeídos, y hay pobreza para los que creen tenerlo todo en abundancia; el hombre que no está contento consigo mismo, siempre estará quejándose de la situación que su propia actitud le genera.
Hace unos días sentía tristeza, me preguntaba cuál era el motivo, me quejaba también de cansancio, el cual podía estar justificado, pero no veía la relación entre tristeza y cansancio, porque si descansaba, seguía sintiéndome triste; me pregunté entonces, cuál sería el origen de mi congoja, y empecé a repasar cada una de las cosas que podían hacerme sentir deprimido, y no encontré motivo, más bien, encontré que sobreabundaban las bendiciones de Dios Padre sobre mi persona. Entonces, me intrigó más el hecho de saber el por qué me sentía así, me puse a meditar, y me percaté de que los bienes materiales en los que en muchas ocasiones depositamos nuestra felicidad, en realidad no tenían el peso suficiente como para hacerme feliz, puesto que tenerlos, no garantizaba mi total bienestar.
Sin pensarlo, había dejado a un lado lo que resulta ser el factor más importante para el ser humano, aquello que mortifica al espíritu y causa ese sentimiento de orfandad, sin duda, ensimismado en buscar respuestas de mi malestar dentro del ámbito meramente material, me perdí en el camino de la verdad; la tristeza me la estaba ocasionando la falta de amor por mí mismo, y con ello, estaba alejándome de amor de Jesucristo. Si no siento amor por mí, fácilmente soy presa del desamor de los demás; si me olvido, aunque sea por un instante, del hecho de que “Nadie tiene amor más grande, que el que da su vida por sus amigos”, estoy alejándome de la voluntad de mi Padre celestial.
Siempre estuve en la idea de que con los años podría llegar a ser más sabio, ahora sé que la sabiduría es un regalo de Dios, para todo aquel que cumpla con su mandato.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga a nuestros Domingos Familiares.
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