“Empero, vosotros amad a vuestros enemigos; haced bien y prestad, sin esperanza de recibir nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno o benéfico, aún para con los mismos ingratos o malos.” (Lc 6:35)

¿Quién es el enemigo? Por lo general definimos como enemigo a aquél que nos hace un mal, y esperaríamos que ese mal, dañara principalmente nuestro cuerpo físico, o en otras ocasiones nuestra mente, pero raramente, pensaríamos en el daño espiritual. ¿Quién es el enemigo? Pregunto, porque en muchas ocasiones, a esa persona o esas personas, las situamos fuera de nuestro entorno familiar, pensando tal vez, que nadie que es de nuestra sangre, podría hacernos un mal; aunque en la Biblia hay múltiples ejemplos de cómo nuestro enemigo habita en nuestro propio hogar, en el seno de nuestra familia. Otras veces, el enemigo suele estar incluso dentro de nuestro ser, pasando desapercibido ante nuestros ojos, porque nos es tan difícil reconocer, que nosotros mismos podríamos estar generando el mal que nos hace parecer ciegos, sordos e insensibles al daño que nos estamos ocasionando.

Yo suelo ser en muchas ocasiones mi peor enemigo, sobretodo, cuando me niego a reconocer que el daño que estoy padeciendo me lo ocasiono yo mismo, ya sea aferrándome a pensamientos o ideas que asumo como verdades, pero que suelen ser sólo especulaciones que dañan mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, y después, dañan a todos aquellos que están cerca de mi entorno e interactúan conmigo, porque mi actitud francamente negativa les ocasiona pesar y en ocasiones dolor.

Si tengo consciencia de lo que estoy ocasionando al cerrar los canales de la comunicación con los demás, y me niego a escuchar o a ver lo que estoy ocasionando, seguramente el daño seguirá profundizándose en mi ser, hasta llegar al espíritu, y un espíritu lastimado puede caer fácilmente en manos de aquellos que buscan sumar adeptos para generar el mal.

Si en verdad sabes amar, no permitas que la mala interpretación de lo que acontece y pareciera que tiene mucho que ver contigo, te dañe, no aceptes de ninguna forma sentimientos que de antemano sabes que te lastiman y lastiman a tu prójimo “Sed, pues misericordiosos, así como también vuestro padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados. Perdonad, y seréis perdonados” (Lc 6: 36-37)

No temas ceder y conceder cuando pareciera que todo está contra ti, si el amor de Jesucristo habita en tu corazón, seguramente la humildad reflejada en tu actitud, despertará la duda en el corazón de quien piensa que le has hecho mal, y se dará la oportunidad de valorar los sentimientos encontrados que despertaron su ira cuando debieron despertar la comprensión para escuchar aquello, que en ocasiones no nos permite razonar con justicia. Quien es justo a los ojos de Dios, jamás temerá perderse en el engaño de pensar que siempre le asiste la razón, por eso: “Dad, y se os dará; dad abundantemente y se os echará en el seno una buena medida, apretada y bien colmada hasta que se derrame. Porque con la misma medida con que mediréis a los demás, se os medirá a vosotros. ¿Por ventura puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el precipicio?” (Lc 6:38-39).

Permitamos que la palabra de Dios guie nuestros pensamientos, para que no sea nuestra voluble y siempre titubeante voluntad, la que quebrante nuestro corazón.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com