“Acuérdate de tu Criador en los días de tu juventud antes que con la vejez venga el tiempo de la aflicción y se lleguen aquellos años en que dirás: ¡Oh años displicentes! Antes de que debilitándose tu vista se te oscurezca el sol, y la luz de la luna y de las estrellas; y tras la lluvia vuelvan las nubes.” (Eclesiastés 12:1-2).
¿Y ahora qué nos pasa? Si cuando niños esperamos con ansia la llegada de las fechas festivas para disfrutar de la vida, cuando el tiempo acentúa su firma en el otrora robusto y vigoroso cuerpo y molestos reclamamos a la misma vida el porqué de nuestro desgaste y decaimiento. ¿Por qué cambiar de carácter y pasar de la saludable risa a la amargura de sentirnos menos fuertes, menos dispuestos para disfrutarla? ¿Por qué culpamos a otros de nuestra inevitable discapacidad progresiva por la vejez? ¿Acaso por ello deberíamos reclamarle a Dios? Antes de que el olvido ocupe más espacio en nuestra mente, con gratitud démosle gracias por todas las experiencias, las buenas, las mejores y las que pareciendo malas, de alguna u otra manera nos resultaron agradables pues aprendimos de ellas lecciones que nos fueron preparando para enfrentar el futuro que no se podía prever en el presente, porque éste, en realidad, significaba nuestro ser y nuestro estar y debería vivirse a plenitud.
Paciencia pidámosle a Creador, para no fracasar en nuestro intento de ser mejores, ahora más que nunca, pues nadie sabe la hora ni el día en que dejemos de quejarnos de la vida, olvidándonos que deberíamos de estar agradeciéndole a Dios la oportunidad de estar aquí y ahora, porque quien no asimila como el más grande tesoro el existir, siempre buscará equivocadamente la felicidad donde solo se encuentran las dificultades que generan las frustraciones, el egoísmo, la envidia, la vanidad, el odio, el rencor, la venganza y el desamor.
“Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; quien está unido, pues, conmigo, y yo con él, ese da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Jn 15:5).
Convirtamos nuestra dolorosa queja en la vida, en una plegaria de gratitud para nuestro Señor Jesucristo, que, siendo inocente y justo, pagó por nuestros pecados para que fuéramos salvos.
Dios bendiga a nuestra familia, y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
enfoque_sbc@hotmail.com