“Tú al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público. En la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber de ser oídos a fuerza de palabras” (Mt 6:6-7).

Un buen día, me encontraba atendiendo a uno de mis pacientes, el cuál se encontraba muy deprimido, cuando le pregunté el motivo de su congoja, con palabras entrecortadas me dijo: Recientemente he tenido la pérdida de un familiar muy amado, y no me he podido reponer. Le pregunté si ya estaba recibiendo atención con un especialista en psicología o tanatología, pues su tristeza se debía a que estaba pasando por un proceso de duelo, me contestó que ya le habían recomendado ese tipo de atención y ya tenía cita, pero, sentía la necesidad de hablar con alguien y decidió acudir a mi consulta, sobre todo, porque en alguna de las pláticas que habíamos tenido en el grupo de ayuda mutua yo había mencionado que había situaciones que quebrantaban nuestra salud y que muchas personas pensaban que estaban fuera de nuestro alcance el resolverlas, y usted continuó diciendo: A todas esas personas o pacientes les digo, que es normal que en los momentos más dolorosos en la vida, nos sintiéramos desvalidos, incluso, en ocasiones nos sintiéramos abandonados por todos aquellos que pudieran hacer algo en nuestras horas de mayor apremio; pero mucho tenía que ver con la fe, pero que la verdadera fe no era solamente el estar acudiendo al templo, o a reuniones de fieles, incluso, a talleres de lectura bíblica y demás temas, que todo eso nos ayudaba a conocer más sobre nuestras creencias, pero, que la verdadera fe se traduce al sentir cómo una fuerza interior es tan poderosa como para abrir portales espirituales de donde se encuentra el origen de nuestro ser y por ende, el conocimiento sobre la verdad del por qué y el cómo las personas de poca fe se aferran a la idea de permanecer ciegos y sordos a ella, negándose a recibir la gracia del Todopoderoso. Después repuso: No todo lo que nos pasa y parece malo, lo es, y le pregunté ¿hasta dónde le permite su fe tener la certeza de que todo lo que ha aprendido sobre espiritualidad siempre se traduce en bienestar? Imagine el dolor de perder un ser amado, y usted contestó: Yo estoy entre aquellos que creen sin haber visto, yo soy uno de los afortunados en sentir cómo la fuerza que proviene de Dios, obra sobre mis debilidades, y está muy por encima del conocimiento médico científico de aquellos a los que tienen como misión el velar por la salud de su prójimo; para poder ser curado de cualquier mal, primero tienes que desearlo de corazón, de otra manera tu estado de salud refleja la negación de tu cuerpo, la inconformidad por la vida que te ha tocado vivir. Sin fe, nuestra curación física y mental se dispone a seguir una trayectoria trazada por el conocimiento y la experiencia de los que han dedicado su vida a la investigación del proceso salud-enfermedad. En la línea de la espiritualidad, para mantener la salud y atender los quebrantos de nuestro cuerpo físico, requiere de disponer y alinear nuestra voluntad a la voluntad del Padre Creador, y la fe es la llave que abre las puertas del Cielo para tener acceso a una vida plena. El paciente para entonces se encontraba más relajado, y me dijo: ¿Me permite una última pregunta? Desde luego, le contesté. ¿Usted cree en los milagros? Sin titubear le dije: Sí creo, porque yo soy un milagro, y estoy aquí por obra y gracia de Dios, soy un milagro que cree en la vida eterna, en el perdón y en la salvación.

Si usted tiene plena conciencia, podrá encontrar la verdad en todo lo que le pasa y todo por lo que está pasando y sabrá que para ser escuchado por Dios sólo deberá de tener una verdadera fe y atender su llamado para entrar, atendiendo lo que nos dice: “Ved, pues, cómo habéis de orar: Padre nuestro que estás en los cielos: santificado sea tu nombre; venga el tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; y perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación; mas líbranos del mal. Amén. (Mt 6: 9-13).

La vida es un milagro, es el don más preciado que nos ha dado Dios, él nos lo dio y sólo él nos lo podrá quitar, y si llegase a pedir que regresemos a él, es porque tiene algo mejor para nosotros, tengamos una verdadera fe.

Dios bendiga a nuestra familia, la mantenga unida y nos muestre el camino de la verdad y de la vida que sólo Jesucristo nuestro Pastor nos obsequiará para toda la eternidad.

Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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