“Amarás, pues, al Señor Dios tuyo, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tus fuerzas. Y estos mandamientos, que yo te doy en este día, estarán estampados en tu corazón y los enseñaras a tus hijos, y en ellos meditarás sentado en tu casa, y andando de viaje, y al acostarte, y al levantarte, y los has de traer para memoria ligados en tu mano y pendientes en la frente ante tus ojos y escribirlos has en el dintel y puertas de tu casa” (Deuteronomio 4:5-9).
Sentado a mi lado, se encuentra el mayor de mis nietos, y he de comentar, que desde que entró a la adolescencia, ha mostrado más cambios emocionales que los de costumbre; apenas hace una hora, lo invitaba a desayunar y no aceptó, respeté sin discusión su decisión; en estos momentos, le interesó un poco lo que estoy haciendo; di lectura a un pasaje de un recuerdo de mi infancia que publiqué el sábado, y me preguntó, por qué lo hacía, y yo le pregunté a la vez, si me estaba escuchando; no me contestó, pero me abrazó y en voz baja me dijo: _Te amo abuelo.
Después de esa fugaz expresión de amor, siguió haciendo lo suyo como es costumbre. Me pregunto, si como abuelo estaré cumpliendo con el mandato del Señor, ¿acaso mis hijos escuchan al padre, acaso los nietos escuchan al abuelo? El abrazo de Sebastián me dice muchas cosas, más de las que me puede decir con palabras, pero aún tiene ánimo para decirme: _¿Cómo que ando muy amoroso abuelo, no te parece? Le respondo: _¿Por qué piensas eso?
Y sin titubear me contesta: _Porque todo me está saliendo bien. Hace unos momentos habló con su
padre vía celular, tal vez eso le haya mejorado el ánimo, tal vez se refiera a que ya sació su hambre, tal vez, a que está jugando un videojuego y no está perdiendo.
Yo quiero pensar que Dios está interviniendo y está poniendo cada cosa en su lugar para hacerlo feliz: Un abuelo amante de sus nietos, una casa humilde pero acogedora, un refrigerador a la mano para tomar los alimentos, una estancia agradablemente climatizada, unos hermanos ocupados en lo suyo, una abuela enamorada, una sana distancia que pone límites momentáneamente a sus preocupaciones, una esperanza de encontrar la pieza que
le falta al rompecabezas de su vida.
Un padre… quién quiere un padre: un padre biológico, un padre humano que igual lucha por conocer su potencial como tal. Dónde está mi padre ahora para festejar su día, dónde estuvo tanto tiempo; dónde, cuando mis temores me abrumaban; dónde, cuándo por mi inexperiencia caía una y otra vez, dónde está para abrazarlo como siempre quise.