Hoy sólo te quiero decir, que cuando estoy frente a ti, me siento como una mansa oveja que se deja guiar por su divino pastor, que el caminar junto a ti me da paz, me da seguridad, sobre todo me hace sentir amado como nadie me ha amado.

¿Por qué me miras así? ¿Acaso te he fallado? Ni qué decir, mi comportamiento ha dejado mucho que desear, pero, tal vez, te esté mal interpretando, y tu mirada no sea de reproche, sino de tristeza, porque no te explicas cómo en ocasiones he podido abandonarte, y no porque eso te cause dolor, sino porque bien sabes que esas ausencia me habrán de doler más a mí.

¿Por qué me miras así? De pena ya no puedo levantar mi rostro para apreciarte y eso me hace sentir una  extenuante debilidad, que no permite explicarte que yo no soy así. Que este extravío inconsciente me lleva por caminos extraños a lugares donde de ti pueda ocultarme, porque no tengo una respuesta que darte.

Sé que a pesar de todo, tú no te has separado ningún momento de mí y me muestras a cada instante el rostro del por qué debo amar a mi prójimo como te amo a ti; entonces debo sentir que cuando me miras así no te estoy amando como tú me amas a mí.

Es ésta una plegaria que nos invita a la reconciliación con Jesucristo a través del amor  que debemos sentir por nuestro prójimo; cada vez que sientas que la mirada de tu hermano mortifica a tu espíritu, pide perdón por ausentarte de la necesidad de aquellos que buscan en ti el amor que tu Salvador te hace sentir.

Dios bendiga a nuestra familia, nos  siga mirando con los ojos de la misericordia para vencer la mezquindad que como la cizaña crece entre el amoroso trigo que para dar frutos en abundancia, tiene que renunciar a sí mismo para darse a los demás. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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