“y Dios enjugará de sus ojos todas las lágrimas; ni habrá ya muerte, ni llanto ni alarido, ni habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas” (Apocalipsis 21:4).

En un abrir y cerrar de ojos todo fue diferente. ¿Diferente para quién? Diferente para el que se va y diferente para el que se queda.

El que se va gozará de la vida eterna y el que se queda, deberá de sentirse feliz, porque aquél que cree en mi Señor, no morirá del todo. Entonces, si tú te quedas, no te quedes perpetuando en ti el dolor de una pérdida, porque el espíritu vuelve a su origen, y vive con la certeza de que quien habita con Cristo Jesús en la casa del Padre, feliz estará, y tú deberías, por amor a nuestro salvador, estar igualmente feliz.

Bienaventurado quien ama a Dios por sobre todas las cosas, y bienaventurado quien ama a su prójimo como a sí mismo. ¿Acaso no has entendido la sabiduría que encierran estos dos mandamientos? Si has procurado dar amor a tu prójimo y recibiste por ello el amor de Dios sin esperar nada más, era porque tu fe es más grande que cualquier dolor, más grande que cualquier sentida pérdida, porque llegará el día en que te darás cuenta que nada se te ha arrebatado, por el contrario, todas las obras buenas que realizaste y realizas, abonaron el camino de los que se marchan primero, para que la semilla del amor que sembraste, rinda abundante fruto.

No albergues en tu mente pensamientos tristes, no acojas en tu corazón sentimientos de culpa, Dios estuvo todo el tiempo cerca de ti para guiar tu camino con su luz divina, para que no te extraviaras, para regresarte a la realidad cuando te sentías perdido, cuando el miedo te paralizaba al hacerte sentir una falsa orfandad, para que renegaras de tu fe, para vulnerar tu fortaleza; Dios estuvo ahí y seguirá contigo, hasta el fin de tus días y el principio de tu nuevo amanecer.

Señor tú que pagaste por nuestros pecados con una muerte de cruz, tú que venciste a la muerte, tu que eres la luz del mundo, quédate siempre con nosotros, ampáranos en nuestras debilidades, levántanos en nuestras caídas, pero sobre todo, sigue amándonos, aunque parezca que nosotros estamos ciegos y sordos a tu palabra.

Dios ilumine nuestro camino, mantenga siempre viva nuestra fe y la esperanza y nos siga amando con el amor de Padre.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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