“Estas cosas os he dicho con el fin de que halléis en mí la paz. En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza, yo he vencido al mundo” (Jn 16:33).
La arena del desierto de la soledad, es removida por el viento a su entera complacencia, y la inmovilidad del hombre, cuya voluntad yace como piedra, le permite al fino polvo que lo cubra, como simulando ser una sábana candente, y su cuerpo, que es materia, consciente está, y con esfuerzo frenado a voluntad, toma impulso en la esperanza, como queriéndose levantar, pues el Señor dispuso que el caminar fuera su destino, caminando siempre alumbrado por la luz de la verdad que emana de la sabiduría de indiscutible divinidad. A veces se pregunta ¿qué es lo que lo tiene tendido en tan inmenso espacio de aparente soledad? ¿Acaso la indiferencia?
¿Acaso la ausencia de motivo para despertar de un sueño que parece pesadilla? ¿O será la ausencia de aquellos que tanto amamos y ya no están? Pero sabe que no hay tal soledad, cuando el hacedor de la arena, del viento y de su cuerpo material, siempre está a su lado, y si lo cubre la fina arena, será para que de noche no tenga frío y si manda al viento con tal fuerza, es para sacudir lo que ya no debe estar deteniendo su marcha; de otra manera, no se podría explicar cómo la arena, siendo tan abundante, y el viento de fuerte alcance, no ha podido cubrir del todo su figura hasta hacerlo confundir con un puñado más de granos de arena.
Que nos quede claro, solos no estamos, cuando estamos más que acompañados, pero debemos de prestar atención a lo que nadie atiende, por creer que no tiene importancia; dejemos ya de llenar nuestra mente de temor propio y del ajeno, porque todo eso, teniendo solución, lo volvemos un problema.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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