“¿Por qué estás tú triste, oh alma mía?; y ¿por qué me llenas de turbación? Espera en Dios; porque todavía he de cantarle alabanzas, por ser él el Salvador, que está siempre delante de mí, y el Dios mío.” (Salmo 42:5).
Es evidente que a estas alturas del evento epidemiológico que afecta al mundo, aún no se puede evaluar en su totalidad su impacto en la salud integral de los seres humanos.
Curiosamente, antes de entrar en conocimiento de la existencia de la pandemia, escribía en uno de mis artículos, que vivíamos tan rápido, que me daba la impresión de que los indicadores del tiempo por los que nos regimos durante el día, estaban desfasados, de tal manera, que los segundos ya no existían, los minutos estaban por extinguirse, las horas del día ya no eran veinticuatro, que las semanas del mes se había reducido a dos, y por ende, los meses del año ya no eran doce; dicho de otra manera, ya no podíamos considerar como absoluto, el hecho de que estábamos viviendo en el mismo tiempo, incluso en el mismo espacio, como consideramos años atrás; desde luego que muchas otras personas tenían la misma percepción y sólo lo comentaban como un sentimiento de lo rápido con que se estaba viviendo. Pero ¿a qué viene esta introducción de ciencia ficción, al tema que hoy nos ocupa? al hecho de que los seres humanos estamos sujetos a la influencia de una serie de variables que desajustan toda posibilidad para poder vencer la adversidad que nos amenaza.
Es posible que el COVID-19, realmente no sea un virus más letal y agresivo que otros virus que ya nos han afectado, tal vez todo se deba a la percepción que tenemos del problema, independientemente de las variables epidemiológicas tomadas en cuenta para clasificar al virus, y que no deben de ser desestimadas, pero, desde el punto de vista espiritual, la realidad es otra, porque ninguna entidad orgánica o inorgánica puede afectar al espíritu; nuestra parte visible del ser, es materia y es susceptible a la influencia del entorno, ya sea que se someta al efecto de la energía positiva o negativa, vista la energía en el caso del espíritu, como lo que promueve el bien o el mal. Todo lo que promueve el bien para el espíritu fortalece a la materia, en este caso, nuestro cuerpo. Los seres humanos estamos muy propensos a resistirnos a generar bienestar, porque las cosas materiales tienen prioridad en la vida y todo lo que involucre al espíritu, se deja como una alternativa secundaria para allegarnos bienestar.
Jesucristo nos insiste en atender su llamado a generar la energía más poderosa del universo: El amor. En sus enseñanzas nos habla de que la respuesta a la solución de los más grandes problemas de la humanidad es el amor; o ¿acaso aún sigue pensando usted que el virus emergió en forma natural? Si el amor fuera la principal fuente de energía que mueve al mundo estaríamos viviendo en el paraíso.
“Por aquel tiempo exclamó Jesús, diciendo: Yo te glorifico, Padre mío, Señor del cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas, a los sabios y prudentes del siglo, y las has revelado a los pequeñuelos” (Mt 11:25).
Dios ilumine nuestro camino a la salvación, bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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