“El Espíritu del Señor reposó sobre mí: por lo cual me ha consagrado con su unción divina, y me ha enviado a evangelizar o dar buenas nuevas a los pobres; a curar a los que tienen el corazón contrito, a anunciar libertad a los cautivos, y a los ciegos vista; a soltar a los que están oprimidos; a promulgar el año de las misericordias del Señor, o del jubileo y el día de la retribución“ (Lc 4:18-19).
Hoy el viento se mueve despacio, se puede apreciar tristeza en el entorno, la inmovilidad decretada ha vuelto lento mi desplazamiento, incluso, mi ideas parecieran estar estancadas; ya son treinta y siete días de circular en el mismo espacio, mi actividad física se ha reducido a dar unos cuantos pasos hacia adelante y otros tantos hacia atrás, sentarme, pararme y acostarme, subir y bajar trece escalones, asomarme por la ventana o la puerta.
Durante la Semana Santa estuve muy receptivo espiritualmente, podría dar testimonio de dos eventos significativos; reconozco que en estos momentos mi patrón de sueños lúcidos ha disminuido, sobre todo en la última semana; tal vez mi mente se encuentra un tanto desconectada por la falta de estímulos externos, por la falta de contacto físico con mis seres queridos, amigos, compañeros de trabajo, con mis pacientes. Trato de mantener el contacto espiritual con Dios, pero mi nivel de vibración es bajo por la falta de armonía, por la ausencia de tranquilidad y por el temor que nos acecha con motivo de la pandemia; me entristece aún más el hecho de que sentirme un tanto ausente de lo que he interpretado como mi misión.
Hace diez días me despertó una inquietud inesperada, eran las 6 am., pero decidí dormir de nuevo, y dos horas después, me desperté recordando que se me había dado el nombre de alguien durante el sueño, pero no pude recordarlo.
Sin duda que estar todo este tiempo recluido me ha hecho cambiar mis hábitos, más ninguna fuerza podrá cambiar mi amor por Cristo, sólo espero poder recuperar mi plena capacidad espiritual, para mantener el nivel de comunicación con mi Señor.
¿De qué nos estaremos olvidando los creyentes? ¿Será que nuestra oración se ha vuelto rutinaria y no denota el fervor y la entrega necesaria para atraer la atención de Dios? Todos deseamos que termine esta pesadilla epidemiológica, pero antes debemos sentir y asegurarnos, de que el efecto transformador que nos está ocasionando, sea a favor del amor por Jesucristo y de nuestro prójimo.
Bendice Señor a nuestra familia y muéstranos el camino a la vida nueva; bendice todos nuestros Domingos Familiares.
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