“Escucha, ¡oh Señor!, mis voces, con que te he invocado; ten misericordia de mí y óyeme. Contigo ha hablado mi corazón; en busca de ti han andado mis ojos. ¡Oh, Señor!, tu cara es la que yo busco. No apartes de mí tu rostro: no te retires enojado de tu siervo. Sé tú en mi ayuda: no me desampares, ni me desprecies, ¡oh Dios, Salvador mío! (Salmo 26:7-9)

Líbranos Señor de nuestros enemigos y de los amigos que hoy se encuentran presos del miedo, porque el miedo es un mal consejero y nos puede conducir a pecar de palabra, obra y omisión; líbranos Señor del ignorante que mal aconseja, y más, del que sin tener oficio certificado, piensa que lo sabe todo; líbranos Señor de nosotros mismos, cuando siendo cobardes, aparentamos ser valientes, cuando confundimos obligación forzada con vocación humanitaria; cuando nos olvidamos del necesitado, pensando primero en nosotros, cuando nos quedamos callados ante las injusticias.

Líbranos señor de nosotros mismos, cuando pensamos tener más poder que Tú, cuando olvidamos nuestro origen, cuando aprovechamos las coyunturas para exaltar nuestras virtudes y esconder nuestros defectos; líbranos Señor del desamor, cuando estamos siendo cautivos del egoísmo, cuando pensamos que la ciencia tiene la última palabra, olvidándonos que la erudición no es mayor que tu sabiduría.

Líbranos Señor de nuestra falta de fe, que nos vulnera todos los días y nos hace negarte y abandonarte, incluso, crucificarte para que vuelvas a morir por nuestros pecados y asegurarnos que resucitarás al vencer a la muerte, para seguir teniendo esperanzas de que haya otra vida.
Líbranos Señor de nuestro miedo, del miedo de amar como tu hijo Jesucristo nos ha enseñado; líbranos Señor de este mal que no creaste, que es producto de la ambición del hombre, de su egoísmo, de su desprecio por la vida.

Escucha Señor, nuestros lamentos y nuestras oraciones, implorando tu misericordia; escúchanos hoy que te hablamos con el corazón, cuando le hablamos al Padre bondadoso que ama a sus hijos.

“Pedid, y se os dará: buscad, y hallaréis: llamad, y os abrirán. Porque todo aquél que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá. ¿Hay por ventura alguno entre vosotros que, pidiéndole pan un hijo suyo, le dé una piedra? ¿O que si le pide un pez, le dé una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, o de mala ralea, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan? (Mt 7:7-11)

Bendice Señor a nuestra familia, a nuestra patria y nuestro mundo. Bendice todos nuestros Domingos Familiares.

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