“Pues que tú eres, oh Dios, mi fortaleza, ¿por qué me has desechado de ti?; y ¿por qué he de andar triste, mientras me aflige mi enemigo? Envíame tu luz y tu verdad, tu gracia y socorro; éstas me han de guiar y conducir a tu monte santo, hasta tus tabernáculos. Y me acercaré al altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud. Cantaré tus alabanzas con cítara, ¡oh Dios, oh Dios mío! ¿Por qué estás tú triste, oh alma mía?; y ¿por qué me llenas de turbación? Espera en Dios, porque todavía he de cantarle alabanzas, por ser el Salvador, que está siempre delante de mí, y el Dios mío. (Salmo 42:2-5)
Caminar entre la bruma, entre el pensar ver y el no ver, entre la esperanza y el desconsuelo; si caminar a ciegas fuera por llegar hasta Ti, no me importaría tropezar cuantas veces fuera, si levantarme puedo para seguir tu luz, no importan las caídas. Qué callado amanece mi día, en éste mar de la vida en el que mi barca va ahora a la deriva, qué callado el cielo, qué callado mi espíritu entristecido por el desvelo de las noches, que siendo cálidas, para mí son tan frías; qué callado mi andar por la orilla de este río seco, que si pudiera y puedo, llenaría con mis lágrimas retenidas por el miedo, donde mis anhelos y alegrías van dejando de existir.
“Y Él le dijo: Ven. Y Pedro bajando de la barca, iba caminando sobre el agua, para llegar a Jesús. Pero viendo la fuerza del viento, se atemorizó; y empezando luego a hundirse, dio voces diciendo: Señor, sálvame. Al punto Jesús, extendiendo la mano, le cogió del brazo, y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has titubeado? (Mt 14:29-31).
“En verdad, en verdad os digo, que quien cree en mí, tiene la vida eterna” (Jn 6:47).
Dios bendiga a nuestra familia, fortalezca nuestra fe y nos sostenga cuando titubeemos para no caer en el desconsuelo que provocan nuestros miedos. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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