Dillinger adoptó el estilo de vida criminal durante su estancia en la cárcel. Aprendió de sus compañeros cómo robar bancos. Sus mayores delitos se cometieron a partir de 1933. Aunque ninguno de estos delincuentes había violado una ley federal, se requirió al FBI su asistencia para su identificación y localización. Después de que la División de Identificación del FBI confirmara su identidad por sus huellas dactilares, inició su búsqueda para la captura. La banda de Dillinger robó con pocos muertos. El público molesto con los banqueros por la recesión de la Gran Depresión, idealizó a Dillinger como ladrón justiciero. Hamilton, uno de sus miembros, disparó y mató a un agente en Chicago; un mes después, durante un tiroteo, la banda mató otro oficial. La banda se trasladó a Florida y Arizona. Fueron arrestados con armas y 25 mil dólares en efectivo, fortuna para la época.
Dillinger fue llevado a la cárcel de Indiana. Las autoridades alardearon que la prisión era a prueba de fugas, pero en marzo de 1934, Dillinger escapó. Talló un objeto con forma de pistola y amedrentó a los guardias quienes abrieran la celda. Este hecho incrementó su fama. Después de avergonzar a las autoridades, Dillinger escapó en el auto del sheriff, un flamante Ford V8. La prensa aumentó su popularidad. Al cruzar la estatal divisoria de Indiana-Illinois en vehículo robado, viola una ley federal e involucra al FBI. Dillinger crea otra banda y sigue asaltando bancos. En 1934, Dillinger ya en Chicago bajo el nombre de Jimmy Lawrence obtiene un empleo y una nueva novia, que desconocía su identidad. En esa metrópolis, Dillinger lleva una vida anónima. El día de su muerte, Dillinger, el “enemigo público número uno” al cine con su novia y una amiga quie lo delató para evitar ser deportada.
Las órdenes de J. Edgar Hoover, al mando del BOI (predecesor del FBI) fueron claras: esperar a que saliese del cine y disparar a matar. Fue acribillado a tiros por la espalda y una de las balas le atravesó un ojo, por lo que murió en el acto. Con los años, se crea el mito Dillinger, rebelde vengador, reivindicado por encono social hacia la autoridad que, por su contribución al pueblo, que fue nula. Su muerte joven, 31 años, sus sonadas fugas, su estampa viril, su atractivo sexual y su aparente e idealizada limpieza delictiva al permitirse tan pocas muertes, le han servido para ganarse un lugar destacado en la cultura popular.
Décadas antes del surgimiento de Dillinger, el crimen organizado operaba con garantías en los Estados Unidos con expansión a México. En Tijuana se abrió el casino Ojo Caliente y ahí y en Sinaloa se sembraba amapola. La mafia sin el dinero proveniente del contrabando de bebida alcohólica bajo la Ley Seca, amplió su control de las apuestas generando en un día mucho más dinero del que Dillinger robó en su mayor atraco, operando en la sombra con protección policial, política, de jueces. En esa época, el gobierno norteamericano no conocía que existía y operaba una gran empresa criminal entretejida en la clase política norteamericana. Dillinger fue objeto de una cacería derivado de su popularidad y por ridiculizar a la fuerza que hoy es el FBI. Soberbia, sensación de superioridad, de ser más listo, de ser invulnerable y el cambio en el comportamiento delictivo expusieron a Dillinger.
Cuando el gobierno norteamericano reacciona contra el crimen organizado, se topa con una organización empresarial de décadas de existencia, muy discreta, con nexos internacionales, que le ayudó durante la segunda guerra mundial, y gracias a un agente encubierto, aprendió y obtuvo conocimiento de la mafia y encarcelar a decenas de jefes de rango medio y superior de varias “familias”, luego de crear nuevas agencias contra el crimen organizado, incluyendo aspectos de evasión de impuestos y aunque expuso al público a la Mafia, esta continua operando.
En México no somos capaces de detener a los delincuentes comunes, que operan solos o en grupos pequeños; el intento por controlar al crimen organizado ha sido por décadas, una pesadilla sangrienta y violenta de la cual los mexicanos deseamos despertar.