El texto del Evangelio que se proclamó el domingo anterior trataba de los efectos devastadores de la riqueza y advertía contra la codicia y la presunción de que a través de las posesiones materiales alguien podrá asegurar el futuro.

Este domingo, el texto del Evangelio Lc. 12:32-48, al poner el énfasis en un contexto escatológico, recae sobre la manera de actuar responsablemente.

La única preocupación verdadera es buscar, con pasión, el Reino de Dios, y tener la certeza de que Dios cuidará de ellos. Hay que evitar la ansiedad, y estar preparados para la venida del Hijo del hombre.

Los discípulos del Señor Jesús deben esforzarse por el Reino de Dios y, a la vez, han de sentirse confortados porque Dios ha tenido a bien darles el Reino. Es toda una paradoja. El mundo es controlado no por el hado o por fuerzas del desorden y la confusión, sino por un Padre que trata amorosamente a su “rebañito”.

La presencia del gobierno de Dios sobre el mundo es la única razón justificable para una actitud liberada de angustias para con las necesidades de la vida, y la libertad de compartir las propias posesiones con los pobres. Ahora se entiende, en la parábola de la semana pasada, lo que podía haber hecho aquel hombre que tuvo una cosecha tan abundante: ayudar a los que se encontraban en necesidad, en lugar de engañarse a sí mismo pensando que su prosperidad garantizaría su futuro.

Cuando el texto del Evangelio pone en boca de Jesús: “estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas”, con ésto recuerda cómo los israelitas tenían que estar preparados para el acontecimiento fundamental que pondría en marcha su historia: era el paso de Dios.

Es lo que se celebra en la fiesta de la Pascua, pero ahora Jesús actualiza la misma actitud, el mismo sentimiento: Dios pasa, se tiene que estar vigilantes. Quizá no se debe decir que Dios pasa, sino, más bien, que Dios llega. Este estar atentos no es por miedo, o por inseguridad, o por un sentimiento de culpa como nebuloso, sino porque también a nosotros, el Señor que es Dios mismo, nos trae el gozo de este amor, se trata de una espera confiada, expectante. Esta espera es vivida con ilusión. El evangelista la compara con la sorpresa que puede representar un ladrón; no dice que sea parecido a un ladrón.

Quizá conviene estar atentos a este punto, en cómo se expresa, de otra manera hay quién se queda con la impresión de que Dios nos quiere tomar desprevenidos para acusarnos.

Se puede orar con palabras del Salmo 32: “Dichoso el pueblo escogido por Dios. En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo. Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado”.

Que el buen Padre Dios les acompañe siempre.