El hecho de que la Iglesia Católica cada año celebre la fiesta de la Pascua, es decir, la Resurrección de Jesucristo, el Señor, tiene como finalidad hacer una invitación para que los creyentes reflexionen en este acontecimiento y contemplen a Jesucristo, el Dios hecho como único Salvador de la humanidad.
En ente quinto domingo de Pascua, el texto del Evangelio que se proclama, Jn 14, 1 – 12, está enmarcado por el evangelista san Juan en la última Cena del Señor Jesús, con los Doce apóstoles, antes de padecer su Pasión, muerte en Cruz, y Resurrección.
Este texto subraya la primacía de Cristo resucitado en la vida de todo cristiano y de toda comunidad. En el pasaje Jesús se define como Camino, Verdad y Vida, tres expresiones llenas de contenido que invitan a comprender la vida cristiana como seguimiento de Cristo, quien ha de llevar a los cristianos hasta la plenitud de la vida con el Padre celestial y con Él mismo: “Nadie va al Padre, si no es por mí”, afirma el Señor.
El texto tiene un fuerte sabor trinitario en el dialogo con los apóstoles, con Tomás y especialmente Felipe con Jesús, quien llega a
pronunciar afirmaciones tan ricas en contenido: “Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: Muéstranos al Padre? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”.
Jesucristo no ha dejado a sus discípulos un método de existencia ni una doctrina filosófica o un código de normas de conducta para alcanzar la salvación. Conviene subrayar esto: la herencia que ha puesto en las manos de los creyentes es su propia vida de unión con el Padre celestial como medio para llegar hasta Dios y fundirse con él en una felicidad eterna que empieza ya en este mundo.
La Vida, que se ha hecho Verdad y Camino para todos, es un don que ha querido con todas las personas. Sólo él, resucitado y presente misteriosamente en la Iglesia puede dar la vida que se anhela.
La Iglesia, comunidad rica en ministerios, – como aparece este domingo en la primera lectura de la misa Hch 6, 1 – 7- para el servicio y el bien de todos sus miembros, sólo cumplirá su misión en la medida en que incorpore a las personas a ese dinamismo interior de la relación entre el Padre y el Hijo en la unidad del Espíritu Santo. La participación en la vida de Cristo, la unión con Dios en definitiva, aunque comienza en este mundo, tiene un valor de eternidad.
Que en medio de todas las dificultades que pasan los creyentes pidan al Señor, Jesús creer en él y actuar de acuerdo con su voluntad.
Antonio González Sánchez