Hace unos meses, adquirí un libro magnífico y ambicioso, que estoy leyendo con azoro y lápiz y papel en mano: Money and Government. The Past and Future of Economics, que hemos de traducir por Dinero y Gobierno. El pasado y el futuro de la Economía, de Robert Skidelsky (1939), profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick Inglaterra, y, sobre todo, el más importante y apasionado estudioso de la vida, obra y legado de John Maynard Keynes (1883-1946), el que tal vez pueda ser tenido, a su vez, como el economista más importante de la órbita capitalista de la economía moderna de su tiempo(Escuela de Cambridge), y de los más importantes de la historia, a unos pasos tal vez, pero siempre detrás, del gigantesco Carlos Marx, cuya magnitud e importancia histórica desbordó por todos lados el ámbito concreto de la economía, y que fue conceptuada de una manera fantástica,precisa y emocionante por John Keneth Galbraith (a quién desde luego leí a mi paso por el ITAM, donde precisamente estudié economía) en su también fundamental Historia de la economía, cuando dijo algo más o menos como esto: Adam Smith, David Ricardo o John Stuart Mill cambiaron ciertamente la historia del pensamiento económico, pero Carlos Marx cambió la historia del mundo’.

En todo caso, nadie puede escatimarle a Keynes una grandeza intelectual monumental, situado como estuvo en una perspectiva teórica y política de defensa y reconstrucción del capitalismo en el contexto geopolítico de la Gran Depresión de 1929 y años subsecuentes, y que, al interior del sistema, se enfrentaba a la Escuela Austriaca (Von Mises, Hayek, Lionel Robbins) –sin perjuicio de que uno y otro (los de Cambridge y los de Viena, así como los de la London School of Economics) lo que querían era salvar al capitalismo–, y al exterior se enfrentaba con la Escuela de Varsovia (Lange, Kalecki) y a la propia Escuela de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS, que se movían en coordenadas marxistas y que lo que querían era transformar, previo paso por su destrucción, al capitalismo.

Habría de ser luego otro vienés verdaderamente genial, además de contemporáneo de Keynes, Joseph Schumpeter, el que lanzaría la tesis de que, en realidad, el capitalismo estaba condenado a su propia destrucción pero por razones intrínsecas más que extrínsecas, asociadas fundamentalmente al problema del monopolio (detectado también por Lenin como el verdadero meollo de la economía capitalista) y la gran corporación, fenómenos que, en su despliegue, frenaban lo que para él era la clave umbilical de toda sociedad económica: la innovación.  Ojo aquí: Algo así está empezando a suceder en Amazon, pues pequeños empresarios reportan que han utilizado la plataforma para la venta de productos que implican cierta innovación ya sea en su diseño y/o funcionalidad, sin embargo, el logaritmo de Amazon, al detectar el éxito en las ventas pone en marcha un proyecto nuevo que consiste en copiar el producto y venderlo a un precio más bajo, dejando fuera del mercado a dichos empresarios innovadores.

Sabemos bien, en todo caso, que la influencia del keynesianismo se extendió durante todo el siglo XX hasta entrada la década de los 70, cuando la crisis de los precios del petróleo generó una dinámica global de inflación endémica asociada a costos y no a desfases asimétricos entre oferta y demanda, que puso en jaque a las economías nacionales alrededor del mundo, y dejó clara la importancia que tiene la relación entre el dinero y los gobiernos como unidades fundamentales de direccionamiento de la producción, el consumo y el gasto.

Skidelsky lleva décadas estudiando los aportes de Keynes en tanto que fundador de la macroeconomía moderna, y su biografía total y definitiva, John Maynard Keynes: 1883-1946: Economist, Philosopher, Statesman, se antoja una lectura verdaderamente apasionante.

Dinero y Gobierno es entonces un libro ambicioso, como tengo dicho. Es un libro de alcance académico, con rigor metodológico y densidad teórica. Se divide en cuatro grandes secciones: la primera está dedicada a la historia del pensamiento económico; la segunda al acenso, triunfo y caída de Keynes, precisamente; la tercera a la macroeconomía en el Crash y después del Crash, a partir de 2007; y la cuarta a lo que él llama una nueva macroeconomía.

La macroeconomía trata, nos recuerda Skidelsky, sobre el dinero y el gobierno y la interrelación dialéctica entre ellos. Desde una perspectiva bidimensional de la sociedad, organizada alrededor de las unidades básicas de la familia (donde se reproduce institucionalmente la vida y se mide el consumo) y el trabajo (en donde se produce el sustento del hombre mediante la transformación de la naturaleza), el dinero es visto o bien como medio de intercambio para el consumo, o bien como divisa de transacciones productivas. La macroeconomía, al introducir la variable del gobierno, introduce también una tercera dimensión en la sociedad, que es la del Estado, a través de la cual se conecta la política con la historia, cosa que no todos, en una sociedad determinada, pueden ni tienen tal vez por qué entender.

La interrelación entre dinero y gobierno se da a través de dos instrumentos fundamentales: la política monetaria (que tiene que ver con el dinero circulante en la sociedad) y la política fiscal (que tiene que ver con los impuestos). La línea de Keynes, y fue ésta su revolución teórica, era que el gobierno debía de intervenir en el proceso económico general de una sociedad mediante la política fiscal, y subordinar a ella la monetaria. La línea opuesta, llamada neoclásica o, precisamente y ni más ni menos que, neoliberal (Escuela austríaca, Escuela de Chicago), plantea que el gobierno debe reducir su intervención en la economía al mínimo, manteniendo una férrea austeridad fiscal y dejando la responsabilidad del dinero circulante en la economía a bancos centrales técnicamente independientes.

En esas hemos estado durante los últimos treinta o cuarenta años más o menos; esto es lo que, en términos económicos, se conoce como neoliberalismo estrictamente hablando. Pero la crisis de 2008, nos dice Skidelsky, hizo estallar por los aires todas esas certezas teóricas, y la relación dialéctica entre dinero y economía tiene que ser replanteada nuevamente, a la altura del siglo XXI, lo que supone que vivimos tiempos ciertamente revolucionarios, en los que la Unión Soviética no existe más y China nos está desbordando a todos a golpe de crecimiento constante de su economía, aunque siga teniendo serios problemas de distribución de la riqueza.

De esto trata más o menos Dinero y Gobierno. Son cosas que no todos, en una sociedad determinada, pueden ni tienen tal vez por qué entender. Pero por eso es un privilegio apasionante estudiar Economía.

*Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.