Hay personas que se sienten ofendidas hasta cuando una ráfaga de viento las despeina, hay otras, que aseguran tener un verdadero motivo para estar enojadas, pero aseguran ignorar cuál es; hay también, quienes están enojadas consigo mismas y buscan la manera de derivar la culpa hacia aquellos que de alguna forma u otra no respondieron de manera acertada a las aspiraciones de sus necesidades; más, hay algunas tan especiales, que aseguran que todo lo que entra tiene que salir y todo aquello que presuponen es causa de su malestar debe de desaparecer de su mente, para que no se grabe en los recuerdos selectivos y tenga que estar padeciendo recurrentemente el malestar.

Difícil dilema por aclarar cuando se practica la medicina general; comento lo anterior, por un caso en particular que me llamara la atención, ésto, cuando se acercó a mi consulta una dama en busca del origen de su problema de salud; quiero aclarar, que no soy especialista en salud mental, pero, por alguna razón, con frecuencia me llegan casos de personas con dolencias que no se ajustan a las características clínicas de lo que podríamos llamar una patología evidente o dentro de lo que esperaríamos, al recabar la información pertinente, cuando integramos un diagnóstico integral.

Pues bien, esta persona durante la integración de su expediente clínico, en el apartado de elaboración de la historia clínica, durante el interrogatorio evidenció la posibilidad de estar padeciendo un trastorno depresivo, proseguí con la exploración física, finalmente valoré algunos estudios de laboratorio que previamente se había practicado por indicaciones de otro médico.

Una vez terminada la historia clínica, le informé mi presunto diagnóstico, lo que no fue de su agrado, aludiendo que si alguien tenía una buena salud mental era ella; decidí no contradecirla, aunque con sutileza le informé que tenía derecho a una segunda opinión, de hecho, le sugerí una interconsulta con el personal especializado de nuestra unidad, ella rechazó la sugerencia, esperó un par de minutos en silencio y más calmada me dijo que lo pensaría, pero que si no tenía inconveniente le diera yo seguimiento a su malestar al menos hasta descartar otras posibilidades.

La persona acudió dos ocasiones más a nuestra consulta y finalmente accedió a visitar al Psicólogo, no sin antes comentarnos lo que ha servido de introducción al enfoque que hoy: Hay personas que se sienten ofendidas hasta cuando una ráfaga de viento las despeina.

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