Los fines de semana son los días más esperados por María Elena y por mí, pues nos hacemos a la idea que apagaremos el botón de las preocupaciones y  nos olvidaremos de los achaques propios de la edad, más he de reconocer que difícilmente logramos cristalizar nuestros deseos, pues tanto los hijos como los nietos son muy demandantes los siete días de la semana, y aunque yo me quiera oponer a que mi esposa deje de mortificarse, pareciera que ella es adicta al estrés extremo, he de reconocer que yo no encuentro argumentos de peso para echar abajo el amor de ella por la prole, y después de mostrar mi inconformidad, ella espera al menos 30 minutos para acabar de desarmar lo poco que me queda en defensa de los derechos del hombre y me involucra como siempre en ese torbellino de calamidades domésticas, que terminan por vencer mi resistencia. El fin de semana pasado no fue la excepción, el sábado procuré portarme como el mejor esposo, así es que me levanté por la mañana sin hacer el menor ruido, esperé a que amaneciera y el sol entrara por la ventana, para que no fuera a despertarla mi imprudencia; para entonces, ya había preparado su café y la fruta, cuando escuché el primer estornudo que fue como un señal de arranque, me puse en el antebrazo una servilleta y muy formal le llevé a la cama lo que consideré el inicio de un buen día, ella  tallaba sus ojos , encendí la lámpara del buró de mi lado y la invité a incorporarse; ella agradeció la atención con una sonrisa, mostrando su gratitud; después le preparé el baño para que se duchara , el agua de la regadera estaba más que templada, cálida diría yo, porque a ella le agrada que el entorno parezca una calle brumosa de Londres. Mientras eso sucedía corrí a tender la cama y sobre ella le dejé la ropa que abría de ocupar para pasar el día; ella de nuevo se sorprendió, y yo me sentía como un soldado condecorado con cada afirmación y muestras de gratitud de su parte hacia mi persona, denotando en todo ello mi buen comportamiento. Mientras se vestía, corrí a poner en marcha la lavadora, no quería que tuviese algún pretexto para sabotear mi sana intención de pasarla como si fuéramos recién casados. Cuando ella bajó por las escaleras con aquel garbo, respiré profundamente porque la vi llena de energía y el tener energía posterior a la pandemia, evidencia su capacidad resiliente. Ella me preguntó que deseaba para desayunar y yo como todo un caballero le respondí: Hoy la reina de la casa no se meterá a la cocina, y menos estando tan cerca el día de las Madres, si bien esto no significa que celebraremos día tan especial por adelantado, sirva como muestra de mi eterna gratitud por compartir tu vida con este humilde y eterno enamorado tuyo. Y sí, nos fuimos a almorzar y posteriormente a Liverpool, llegó la hora de la comida nos fuimos a un buen restaurant , después al cine y al salir pasamos por una botella de un buen vino tinto, al llegar al hogar encendí la tenue luz de las lámparas y ambienté la estancia con música de su agrado, le serví una copa y ella se admiró de que esta era la misma copa de fino cristal con la que hicimos el brindis cuando nos casamos; hicimos juntos un recorrido por los momentos de mayor felicidad durante nuestros 47 años de vida matrimonial; ella estaba feliz por todas aquellas acciones que generaban su bienestar y me pidió le sirviera otra copa del generoso vino; entonces me pareció que debería bajarle un poco el volumen a la música y cuando regresé ella se encontraba más que adormilada dormida.  Resignado, dulcemente me dije: Vamos te acompañaré a la cama para que descanses. Ya en la cama, satisfecho por mi buena obra del día, me dispuse a dormir y apenas entraba a la primera etapa del sueño, cuando recibimos una llamada de nuestra hija Mayeya, diciendo  que María José se sentía mal y reclamaba mis servicios como médico; en diez minutos ya estaba con nosotros con un dolor de abdomen, afortunadamente sólo se trataba de indigestión, después la niña reclamó las atenciones de los abuelos y como solían hacer nuestros abuelos, con un sencillo remedio la niña se sintió mejor; después de una hora, nuestra nieta se marchó con sus padres y volvimos a la cama, esta vez, y quizá debido al susto a María Elena se le quitó el sueño, pero a mí, la batería se me descargó y caí rendido, tal vez por tanto ajetreo, tal vez porque era fin de semana y los fines de semana suelo hacer planes para vivir días inolvidables.

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