El 8 de marzo de 1908, 129 mujeres murieron en un incendio en la fábrica Cotton, en la ciudad de Nueva York, tras haberse declarado en huelga mientras permanecían dentro de las instalaciones. Exigían una reducción de la jornada laboral a 10 horas, igualación salarial en relación a hombres que realizaran el mismo trabajo y, en general, una mejora de las condiciones laborales. El dueño de la fábrica la mandó cerrar con consecuencias catastróficas al verse impedidas para salir cuando el incendio tuvo lugar.

El hecho detonaría una cadena de protestas sucesivas (Chicago en mayo de ese año; Copenhague en 1910, etc.) llamadas a configurar el marco de referencia histórico dentro del que la ONU declarara en su asamblea de 1977 a aquel aciago 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.

Se trata de una conmemoración que resume en realidad un conjunto de movimientos teóricos, intelectuales, políticos, sociales y culturales mucho más amplios, aunque desde luego que el dramatismo de ese incendio y esas muertes no puede escatimarse ni mucho menos, así como también ocurre con muchas otras muertes y represiones contra las mujeres en la historia.

Hay que entender primero que todo que se trata de un movimiento que sólo puede conceptualizarse como parte del mundo moderno y contemporáneo, es decir, que sólo desde el siglo XVIII en adelante fue posible concebir a las relaciones entre hombres y mujeres desde la perspectiva de la igualdad, por más que hoy en día nos parezcan por completo naturales relaciones que hace tres siglos o más eran inconcebibles.

Desde la perspectiva de la Secretaría General de la Cámara de Diputados, publicamos recientemente un cuadernillo muy sintético y útil para los efectos de tener claro este panorama. Se llama “Cartografía Histórica Básica del Feminismo. La resignificación del papel de las mujeres en el mundo contemporáneo”, y puede consultarse libremente en el sitio del Portal Ciudadano de la Cámara, en la dirección www.portalciudadano.diputados.gob.mx, sección de Publicaciones/Documentos Sustantivos de la Cámara de Diputados.

La publicación refiere a las y los precursores del feminismo como Christine de Pizan (Francia, 1364) y Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1648) entre otras; el feminismo de primera generación, dónde destacan Friedrich Engels (1820, Prusia) y Simone de Beauvoir (1908, Francia); el feminismo de segunda generación, que presenta a notables pensadoras de la segunda mitad del siglo XX como Marcela Lagarde (México, 1948) y Alda Facio (Costa Rica, 1948);  seguidas de dos autoras de lo que hemos querido llamar feminismo disidente, Camille Paglia (1947, Estados Unidos) y Christina Hoff Sommers (1950, Estados Unidos), y por último una cronología de convenciones, conferencias y legislación tanto a nivel internacional como nacional que nos permite comprender la evolución normativa que, sobre todo después de la segunda guerra mundial, ha terminado por dar sentido y coherencia a este movimiento internacional y nacional que definitivamente es uno de los más importantes de nuestro presente.

Sobre Paglia escribí en este espacio, hace un año exactamente, que detectó muy tempranamente que la perspectiva de los estudios de género es la de la mujer en tanto víctima. Ante ello, Paglia propone defender la libertad de las mujeres, no como víctimas (que sin duda lo son en ciertas circunstancias), sino como sujetos responsables de sus actos y de su libertad política, sexual y cultural. En vez de sumarse a la tendencia perniciosa de sustituir a la figura del padre por el Estado y las leyes para proteger a la mujer-víctima pasiva e ingenua, Paglia se ha convertido en teórica y defensora de lo que ha denominado como “street-smart-amazon feminism”, que podríamos traducir de alguna manera como “feminismo inteligente, audaz y asertivo”.  El feminismo de Paglia no es pasivo ni victimista, busca producir tendencias virtuosas que den potencia, protagonismo y vitalidad social, política y cultural a la mujer contemporánea.

Debo decirles que, desde que tengo uso de razón y durante mi infancia y juventud, jamás me sentí ni oprimida ni vencida ni víctima de nadie ni de nada, ni tampoco percibí así a ninguna de las mujeres en mi entorno.  Mi condición de mujer no me limitó en lo absoluto para tomar las grandes decisiones de mi vida personal y profesional, las cuales tomé con toda consciencia y responsabilidad en función de mi formación familiar y educativa. Antes que levantarme cuestionándome que podría hacer siendo mujer, lo hice pensando en mi proyecto de vida marcado por la política, el servicio público y los valores que aprendí principalmente de mi abuelo y de mi padre, quienes me enseñaron que la patria es primero.

Consciente estoy de mi posición privilegiada y soy sensible al hecho de que la mayoría de las mujeres no cuentan con una estructura y oportunidades como las que me brindó mi familia.  Para corregir esta “falla de mercado” es necesaria la intervención del Estado, a través de políticas públicas puntuales, para abatir la desigualdad basada en el género.

México ha logrado un avance significativo en la materia.  La Cámara de Diputados es ejemplo de ello, el primero de septiembre de 2021, día en que se constituyó la presente Legislatura LXV, tomaron protesta, por primera vez en la historia, 250 mujeres y 250 hombres. Sin duda, en diversos ámbitos públicos y privados, quedan brechas de género por cerrar, pero podemos ser optimistas, México ha dado ejemplo al mundo, pues es el único país con un Congreso 100% paritario, un motivo más para sentir orgullo por el Poder Legislativo, donde se expresa la máxima pluralidad política y cultural de la Nación.

La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión