¿Cómo le fue de vacaciones Doña María Elena? ¿Cuáles vacaciones? Si bien es cierto, anhelamos un descanso, pero de un tiempo a la fecha, las abuelas y abuelos de hoy tienen que quedarse en casa para seguir cuidado de los nietos. Cuando le pregunto a mi esposa si tiene deseos de vacacionar en algún lugar de nuestro hermoso país, ella indistintamente dice que sí, pero de antemano sabe que no podrá cumplir sus deseos, porque para ella, abuela y madre, la prioridad es y siempre será velar por la tranquilidad y la paz en los hogares de sus hijos, y de pronto, nuestro hogar se transforma en una casa de juegos para los más pequeños, en un restaurante para los adolescentes, y en una oficina de negocios para los adultos, donde la abuela tratará a toda costa ayudar a la prole para que sus problemas pequeños se resuelvan, los medianos tengan más de una solución, y lo grandes, que por lo general son de índole emocional, puedan tener acceso al abuelo, ya sea para negociar o para paliar las dolencias sentimentales.
Hasta hace dos años, los primeros tres nietos solían hacer planes con nosotros para vacacionar, pero como suele suceder, ahora tienen otros intereses y compromisos, de ahí que cancelaron indefinidamente los viajes cortos en compañía de los abuelos. Los nietos del medio por lo general vacacionan con sus padres y los más pequeños esporádicamente nos incluyen en alguna salida fuera de la ciudad, así es que cuando le pregunto a María Elena sobre la impresión que tiene sobre el hecho de renunciar a sus anhelos de esparcimiento, ella sin titubeo, asegura que tener a los nietos en casa es toda una bendición; eso mi hizo recordar a mi abuela materna Isabel Saldívar del meritito San Francisco, Santiago Nuevo León, quien siempre estuvo muy atareada, no sólo con el quehacer de la casa, sino de la carnicería del abuelo y la tienda de abarrotes, de ahí que cuando los hijos de Ernestina llegábamos a vacacionar a San Pancho, curiosamente la abuelita Chabela siempre se encontraba deambulando entre la casa familiar y la tienda de abarrotes, y cuando veía que llegaba esa atestada Combi anaranjada, se detenía a mediación de la banqueta, se sacudía su delantal café de cuadros, se llevaba la palma de la mano a la frente y movía su cabeza de un lado para otro, y yo que venía al volante de la Combi volteaba a ver a mi madre, quien con su hermosa sonrisa decía: Ahí como lo ves, su corazoncito está lleno de gozo, y yo le contestaba: Pero está enviando mal la señal, pareciera que le va a dar un fuerte dolor de cabeza; no hijo, contestaba mamá, es su forma de agradecer la Dios que hemos llegado, pues un día te darás cuenta de lo que significa para los abuelos el tener de vacaciones a los nietos; y ese día llegó, y en este momento tengo abarrotada nuestra casa de nietos, los más pequeños tiene regados los juguetes que se han ido acumulando de las tres generaciones, los del medio están jugando juegos de mesa y los más grandes están ausentes.
Cuando por fin se termine la visita, le preguntaré a María Elena: Di por qué, dime abuelita, derramas esas lágrimas, escondida tras la ventana, tal y como lo hacía la abuela Chabela que apenas se asomaba por un postigo de la carnicería, pero era imposible no descubrirla pues sus lágrimas caían al suelo como abonándolo para que en las próximas vacaciones la visita fuera más prolongada.
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