Sin ánimo de polemizar, pero en estos días de reflexión, se nos antoja hacer lo propio con algo que nos concierne a todos, y que es Victoria, la ciudad, la capital del estado y que, realmente está muy abandonada por quien debiera procurar que fuera al menos un intento de ciudad; ya no se diga capital de estado, sino una mínima ciudad con los requerimientos que pudiera tener un pueblo que se jacte de dignificar a sus habitantes.

¿Hace cuánto no ve usted una barredora en la ciudad? ¿Recuerda cómo son los empleados de limpieza, esos que antes iban barriendo las calles? Transite por cualquier arteria y verá nuestras calles cenias, llenas de tierra, un “terregal” de suciedad, de mugre, de descuido.

Si usted viaja a algún municipio pequeño de tipo rural, verá sus calles empedradas o de tierra, pero se notan limpias, como que alguien tuvo la decencia de atenderlas. Victoria no tiene eso: papeles por doquier; en los fraccionamientos y colonias abundan los amontonamientos de basura, la maleza crecida y descuidada hacen que tengamos el peor panorama y nos avergoncemos de ser parte de esta ciudad.

Recientemente, unos victorenses que radican fuera estuvieron aquí y lamentaron el estado en que se ha convertido -han convertido- a nuestra capital en todos sentidos, incluyendo un patético centro de la ciudad, donde el comercio informal es dueño de la calle Hidalgo y los botes, estorbos y más son parte del paisaje cotidiano, y todo por caprichos de la. Autoridad que no quiere dar su brazo a torcer por nada del mundo, y quiere cumplir sus caprichos, pensando que ser autoridad es mandar, hacer lo que le venga en gana, y con la mayor displicencia hacer cuanto quiere.

No. Victoria no merece ese trato, y menos, en un tiempo en el que deberíamos estar pensando en incorporarnos al progreso. Pareciera que estamos orgullosos de tener a nuestra capital en el peor sitio de las ciudades de la entidad, y la llenamos de basura, de descuidos, y tal pareciera que no hay un peso para atender sus calles, sus semáforos que lucen viejos, oxidados y obsoletos al igual que sus señalamientos y autoridades, que mucho bien nos harían si tuvieran la decencia de pedir una enorme disculpa y renunciar, para dejar el paso a quien sepa lo que es tener una -solo una- calle en buenas condiciones y limpia.

Que supiera lo que es pasar una barredora por la Hidalgo o por el diecisiete -ya no pensemos en las colonias, olvidadas por Dios y por quien administra- y quitar los cerros de polvo acumulado por semanas y que nos deja ver una ciudad vieja, triste, desolada, mal atendida, rancia.

La que fuera la joya de la entidad, la ciudad limpia, ciudad amable se acabó: más bien, se la acabaron y nos robaron la tranquilidad y la estética, el orden y la limpieza.

Se enojan las autoridades porque hacemos crítica, pero diga usted si hay motivo para enorgullecernos de la capital y su trato por quien la gobierna; diga usted, acaso, si merecemos una serie de calles perforadas, destrozadas, empolvadas y sin atender.

Diga usted si Victoria merece el gobierno que tiene, y si merece que nos quedemos callados ante tanto atropello civil.

Como victorenses exigimos a la autoridad que ponga manos a la obra y al menos barra las calles, barra el cochinero en que nos ha convertido y se aboque a trabajar para desquitar un insultante salario que cobra junto con sus subalternos, que tienen tanta o la misma culpa que quien debiera poner orden.

Victoria merece otro tipo de políticos, de gobernantes. Pero elegimos y tomamos a los que no nos quieren atender…
Victoria merece, sinceramente, que alguien haga algo por ella, sus calles, sus jardines y su gente.

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