Hace algunos años tuve la oportunidad de asistir a un congreso médico en la ciudad de México D.F, donde, por extraño que pareciera, los asistentes se comportaban de una manera por demás cordial; y es que en algunos otros  eventos de esa naturaleza a los que había asistido, me había topado con personas que sólo fomentaban el compañerismo con los propios y de alguna manera, se nos veía a los foráneos únicamente como un asistente más que pasaría sin pena ni gloria por aquellos auditorios enormes, y si bien no se discriminaba abiertamente, era imposible no darse cuenta de la exagerada camaradería entre los de casa y la poca atención para con los de provincia. Pero, decía que, en aquella ocasión, noté un cambio radical en la actitud, tanto de los organizadores, como de los citadinos, de tal forma, que un compañero y yo, oriundos de Tamaulipas, fuimos bien acogidos en un grupo, y durante el tiempo que duró el congreso, logramos establecer una buena empatía, intercambiando información personal y laboral para, de ser posible, darle continuidad a lo que de inicio parecía una buena amistad.

El último día de actividades, acostumbraban los organizadores, realizar una cena baile de gala y solicitaban como requisito llegar temprano para poder ser acomodados en el área correspondiente al Estado de procedencia, pero, por motivos fuera de mi voluntad, me retrasé en llegar al salón y como era de esperarse las mesas se veían llenas, por lo que me di a la tarea de recorrer el sitio buscando una silla, de pronto alguien entre la multitud levantó el brazo y para mi sorpresa, se trataba de uno de los miembros del grupo antes señalado, quienes amablemente me había apartado un lugar en su mesa, por lo que quedé profundamente agradecido; y una vez ambientado sobraron temas para debatir, al paso de 2 horas y habiendo degustado de una exquisita cena y de las bebidas espirituosas, la mayoría se dispuso a disfrutar del baile, quedándome en la mesa con un compañero a filosofar, de pronto, él me preguntó: ¿Qué te gustaría dejar de hacer de todo aquello que hasta ahora conforma tu vida? Como no esperaba ese tipo de preguntas, le pedí que fuera más específico, y él respondió: Seguramente a nuestra edad, ya habremos hecho una serie de acciones que nos han llevado a tener el estatus del cuál ahora parecemos disfrutar, pero, no todo lo hemos logrado a base de un esfuerzo meramente personal y meritorio. En ningún momento dudé que mi estimado colega estuviera ya bajo los efectos del generoso vino, de ahí que, por estar desinhibido empezara a hablar con franqueza de situaciones que seguramente habían permanecido guardadas por mucho tiempo por ser razones de conciencia; habló pues de aquello que lo acongojaba y descansó, y esperando que ahí terminara aquella incómoda charla, de nuevo me hizo la pregunta ¿Qué dejarías de hacer…? No había para donde hacerse, pero ¿por qué tanto interés en conocer detalles de la fragilidad humana? Y ante su férrea insistencia contesté: Aquello que yo dejaría de hacer, es juzgarme por todo aquello que no pude lograr, por no haber estado en mis manos el hacerlo.

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